Llegó Luis García (Toledo, 23-4-1979) al Zaragoza para la temporada 04-05 y la lesión de Láinez le colocó en el foco principal. Comenzó ganando la Supercopa en Valencia y disputó hasta 50 encuentros en su único curso de zaragocista, pero no logró conquistar a la afición y siempre estuvo muy expuesto a las críticas. Eso y su mala relación con Víctor Muñoz propiciaron su salida al Getafe y ahora ha sido entrenador de porteros en el Rayo Majadahonda.

—Los porteros siempre son especiales. ¿Cuál es la historia que le lleva a ponerse bajo palos?

—Muy sencilla. Mi padre era portero en un equipo de su empresa, en Toledo, e iba a verle jugar y en los descansos y antes de los partidos me ponía en la portería y mi hermano me chutaba. Luego compaginaba el fútbol con el fútbol sala y allí era pivote. A mí me gustaba hacer mucho deporte y, si me apuntaba a seis cosas, a las seis que iba. Vi que la portería se me daba bien. Después, entré en la cantera del Atlético con 13 años, en el infantil B. Yo tenía ese sentimiento por ese club también por mi padre, que me metió ese gusanillo colchonero.

—Tuvo que salir de allí y se fue cedido al Xerez...

—Fui allí cedido en la 2001-2002 después de que no pudiera subir con el Atlético B a Segunda División porque estaba el primer equipo en esa categoría. En el Xerez me rompo el cruzado, ya me desvinculo del Atlético y me voy al Numancia.

—Y de ahí al Zaragoza en el 2004. ¿Por qué eligió venir aquí?

—Estando en el Numancia tenía tres ofertas para irme: Osasuna, Zaragoza y Espanyol. Me decidí porque me llamaba la atención y porque acababan de ganar la Copa en Montjuïc. Tenía muy buenas referencias y además en el Numancia había hecho una gran temporada, siendo de los porteros menos goleados y logrando el ascenso a Primera, con lo que eso significó en Soria. Vi el Zaragoza como un paso adelante y fui muy ilusionado, la verdad.

—Su presentación tuvo algo de suspense, se retrasó porque se le hicieron más pruebas en la rodilla derecha.

—Tuve una lesión ahí en el 2001 y era ya el 2004. No sé si se retrasó por eso o no, pero es obvio que un club como el Zaragoza, con el presupuesto que tenía, cuando firman a un futbolista quieren un reconocimiento médico lo más exhaustivo posible. Aquella rodilla derecha no me dio problemas hasta el final de mi carrera.

—¿Se acuerda de cuánto pagó el Zaragoza por usted?

—Creo que pagaron 420.000 euros por mí. Al menos, eso me dijeron. El Zaragoza suponía para mí debutar en Primera. Venía de ser uno de los puntales del Numancia e iba a un equipo con gente muy importante y, por esas circunstancias del fútbol, se lesionó César Láinez y me tocó jugar a mí. Tal vez no salieron las cosas como me habría gustado.

—¿Venía con la mentalidad de ser por así decirlo ‘segundo espada’ en la portería?

—A ver... Yo venía a competir, porque esa tiene que ser la idea siempre. Era consciente de que, con un portero como César Láinez, mi primer año podía ser de aprendizaje en la élite, era joven y había firmado por tres años. Entendía que iba a tener dificultades para jugar al principio, pero al final disputé todos los partidos menos uno de esa temporada. De hecho, ya había participado en todos los encuentros de la pretemporada porque César cayó lesionado al principio y ya solo jugó un partido amistoso más en Castellón al cabo de unos meses, pero en un choque oficial ya no estuvo en ninguno más.

—Su estreno de zaragocista no fue malo, logrando la Supercopa contra el Valencia.

—Recuerdo que jugamos primero en casa y perdimos 0-1 con un gol de Vicente que fue error mío, porque en una falta di un paso lateral y me la metió por mi palo. Sin embargo, en Mestalla quedamos 1-3 haciendo un gran partido, inmenso. Fue una alegría enorme, llegar al club y ganar la Supercopa y el recibimiento en el ayuntamiento, donde al ser verano no había mucha gente pero fue todo espectacular. Aterrizar en un equipo y lo primero que haces es ganar un título y además siendo protagonista y jugando pues se puede imaginar cómo me sentía, muy feliz, casi en una nube.

—Menudo Zaragoza aquel. Gaby Milito, David Villa, Savio, Álvaro, Ponzio...

—Teníamos un gran equipo, sin duda, con gente muy buena en todas las líneas.

—¿Con quién se queda?

—Con dos. Con el olfato goleador de David Villa, que después confirmó a lo largo de su carrera. Contaba con ese don de que lo que tenía lo metía y no necesitaba mucho para meterla, estaba bien colocado y en su sitio siempre. Técnicamente no era quizá como otros delanteros, aunque no era malo, pero tenía esa cualidad, ya que remataba con la cabeza, con las dos piernas, era rápido, listo en el área, buscaba los desmarques... Y en el otro me quedo con Savio, que cuando lo veías entrenar ya entendías por qué había jugado en el Madrid. Era muy diferencial, estando bien era imparable, un jugadorazo.

—¿Qué recuerdos tiene de Gaby Milito?

—Me llevaba espectacular con él, íbamos a comer con Silvina, su mujer, hacíamos barbacoas con Galletti... Era un tipo muy claro, con mucha personalidad, y uno de los mejores centrales con los que he jugado. Manejaba muy bien el tempo del partido, rascaba cuando lo tenía que hacer y salía bien con el balón jugado desde atrás. Por eso firmó en el Barcelona, porque tenía algo más que muchos otros centrales.

—Cuando usted llega sube al primer equipo Zapater, en aquella concentración con Víctor Muñoz en Nyon, en Suiza.

—Recuerdo bien ese stage, ya que fui recién casado a Nyon (sonríe). Y allí estaba Alberto. Es un tipo espectacular, trabajador, de los nunca pone una mala cara y que se ha merecido cada gramo de éxito que ha tenido. Además, con Víctor Muñoz se adaptaba a varias posiciones, al lateral, al mediocentro... Tan gran tipo como jugador, sin duda.

—Antes hablaba de Láinez y de su lesión. ¿Su sombra fue muy alargada para usted?

—Si soy sincero, sí. Pero no por la sombra en sí o por la relación que yo tuviese con César. Creo que no se actuó bien conmigo y que había intereses en la prensa, de amigos suyos, para que él jugase. Es que si no, yo no entendía tanta crítica. Jugase como jugase siempre lo hacía mal para algunos, siempre estaba en el centro de la diana, nunca me llegaba ningún halago. Y tampoco el entrenador ayudó.

—¿En qué sentido?

—Con Víctor no me llevaba bien porque yo no entendía las cosas y no me ayudó. Es que después de cada partido, en el vestuario, mis compañeros hasta se reían porque siempre venía a por mí, con un comentario negativo hacia mí. Al final, Víctor, sabiendo que tenía que jugar todos los partidos, en lugar de apoyarme y darme tranquilidad y confianza nunca tuve esa ayuda por su parte. Todo eran reproches y malos gestos. Yo salí del Zaragoza también por él.

—El Zaragoza aquella temporada estaba en la Liga en una zona media y lo fía todo a intentar lograr la Copa de la UEFA, donde el partido de la eliminación en octavos es aquí, ante el Austria Viena, con una actuación donde no salió bien parado. ¿Para usted fue un antes y un después?

—En cierto modo, sí, ese partido me marcó por los dos tantos que encajé. Recuerdo que fueron dos jugadas bastante parecidas, dos centros laterales que bota delante el balón, pasa gente y yo no estoy tan fino como debería en ambos, pero achacarme los dos goles a mí pues es ya una interpretación subjetiva de cada uno. También en el partido frente al Fenerbahce que jugamos en La Romareda tuve una muy buena actuación y casi nadie lo remarcó, ni se acordaron de eso. Como todos me estaban esperando en la bajada pues ya estaba acostumbrado a estas cosas.

—¿Cree que la crítica hacia usted era tan desmesurada?

—Es que no tengo dudas de que fue así. Yo no digo que hiciera un año espectacular, cometí errores también, pero es que siempre me estaban esperando los mismos para meterme la misma caña y reventarme. Llegué a un punto en el que no quería salir de mi casa, porque no me apetecía que alguien por la calle me viniera a decir algo y, cuando no disfrutas en el fútbol, pues está claro que es un mal sitio en el que estás. Es que ir a La Romareda y que te piten pues te hace no jugar a gusto y hacerlo intranquilo. Y eso se reflejaba en el campo.

—Al final de la temporada se va al Getafe. ¿Con qué recuerdo?

—No soy rencoroso ni nada por el estilo. Tengo amigos en Zaragoza y son circunstancias que pasan. Para ellos, para el club, no daría la talla y ya está, pero volví varias veces a jugar, a veces me pitaron más y otras menos. Ese tren era muy bueno y lo quería aprovechar, pero por una serie de circunstancias y por esa sombra alargada de Láinez pues no se dio. Ya está y no pasa nada.

—¿Qué significa el Zaragoza en su carrera?

—Me ayudó mucho luego esa temporada allí, jugué de 51 partidos oficiales, 50, y, el único día que no lo hice, estuvo Rubén Falcón. Pobrecito, que le metieron ese gol del Barcelona tras una cesión. ¡Madre mía si me lo llegan a meter a mí! Me cuelgan del Pilar. Jugar tanto en ese año me supuso la oportunidad de después irme al Getafe.

—Tras el Getafe pasó por el Celta, por el Tenerife y se retiró en el Huesca, en la 2012-2013.

—Descendimos a Segunda B y fue un año muy raro, porque había buen equipo, pero no enganchamos bien y bajamos. Me salieron posibilidades para seguir en Segunda, no se concretaron, me pude ir también a la India, pero ya tenía la rodilla un poco fastidiada, por el cartilago, y cada vez me costaba un poco más, estaba el tema de la invalidez que pedí... Me dije ‘hasta aquí hemos llegado’.

—¿Mantiene contacto con alguien del Zaragoza?

—He hablado estos años con Cuartero en alguna ocasión, pero de Zaragoza y de fuera del club tengo muy buenos amigos, la gente de esa ciudad es muy acogedora, muy noble. Te dan todo.

—¿Qué le ha parecido el Zaragoza en la pasada temporada? Ha sufrido más de la cuenta.

—Lo he seguido con atención, porque siempre guardas un cariño y un aprecio a los clubs en los que has estado. La verdad es que si cuando yo jugué allí me hubieran dicho que el Zaragoza se iba a pegar siete años en Segunda con el que empezará pues hubiera pensado que estaba loco el que me lo decía, porque por entidad y por todo el equipo se merece estar en la élite. Pero la historia y un escudo no te hacen ganar partidos, hay que tener un buen proyecto deportivo y económico. El Zaragoza lo ha pasado muy mal en ese aspecto por las deudas y ahora está sufriendo su particular calvario. La temporada pasada lo tuvo en la mano, rozó la final del ascenso y estaba cerca y este año ha vivido una campaña más complicada, pero seguro que volverá a la élite. Por cuidad, por historia y por club lo hará.

—Esta temporada usted ha estado de rival, es preparador de porteros del Rayo Majadahonda.

—Sí, es cierto. Tras colgar los guantes, la empresa de representación que me llevaba me dio la oportunidad de trabajar ahí, pero no me veía como agente, estuve dos años y no me gustaba. Yo quería el campo, el césped, y me dio la oportunidad Cosmin Contra de empezar en el Alcorcón pero no nos fue muy bien porque nos echaron a la novena jornada y, al ser todos el cuerpo técnico, pues nos marchamos. Después me llamó Iriondo al Rayo Majadahonda, ya que había sido mi entrenador cuando jugaba en los juveniles del Atlético. Solo hace unos días que dejé el club. Y han sido dos años y medio espectaculares. En la primera temporada jugamos el playoff, en la segunda subimos y en esta hemos luchado por salvarnos en un club tan modesto que el año pasado tenía 180 socios. Éramos un equipo casi de Tercera y hemos estado ahí hasta el final, aunque no pudo ser.

—En ese pelea estuvo el Zaragoza hasta las dos últimas citas.

—Cuando se soltó un poco el Zaragoza demostró que era un muy buen equipo, pero esa presión añadida de tener que subir y que no salieran las cosas hizo que no diera la talla. Y esta categoría es muy difícil. De todas formas, yo tenía cero dudas de que el Zaragoza iba a salir. Veías jugador por jugador y era difícil mejorar eso en Segunda. El equipo ha pagado lo que cuesta salir de una dinámica dura, pero no dudo de que el año que viene volverá a ser de los favoritos para ascender. Espero que lo logre.