Hay suficiente montaña para no tener por qué preocuparse de los condenados adoquines del norte. Hay cuestas de sobras, no solo para restar, sino para sumar minutos de tranquilidad, mañana en La Planche des Belles Filles, y a partir del viernes, en los Alpes. Alberto Contador es el ciclista más fuerte de este Tour. Y él sabe, razón por la que no está excesivamente preocupado por Vincenzo Nibali, que sin Chris Froome en concurso, de aquí a París le espera una autopista de éxito.

Lleva toda la temporada encandilando en las cimas, desde la Tirreno-Adriático, en marzo, hasta el Dauphiné, en junio. No hay ninguna alarma encendida. Solo semáforos verdes en las montañas. Solo Contador. Nadie más. Y ayer, en Gérardmer, una empinada cuesta de 1.800 metros, Contador abrió el festival en los Vosgos, para que todos vieran su sombra, aunque no hubiera sol, solo lluvia. Fue una actuación corta, porque no había espacio para nada más, pero en un abrir y cerrar de ojos, todos, incluidos Nibali, que resistió hasta 50 metros de meta, Richie Porte, relevo de Froome, y Valverde, de secano y enemistado con el agua, todos comprobaron quién va a ser el patrón de este Tour. Tiene nombre y, por lo visto ayer, también equipo.

El arreón final de su equipo casi le valió a Contador para pelear por la etapa, que al final ganó el francés Biel Kadri tras una larguísima fuga. "Era necesario quitar gente de por medio, corredores que luego, tácticamente, pueden ser peligrosos. Este fue mi principal objetivo cuando aceleré al final, más que descolgar a Nibali o Valverde", reconoció Contador.