—Llegó a Zaragoza tras pasar una bonita etapa en el Nápoles, uno de los equipos más importantes de Italia. ¿Cómo se produjo su salida del fútbol italiano?

—Cuando estás en un equipo como el Nápoles te das cuenta que formas parte de otra dimensión. Desde que te pones su camiseta, sus aficionados te hacen sentir como si jugases en el Barcelona o en el Real Madrid, y eso que no éramos el Nápoles de ahora que juega la Champions. Habíamos ascendido de la Serie B y siempre había más de 30.000 personas animando como si fuéramos a ganar la Liga. Las cosas del fútbol me hicieron salir.

—Jugó con actuales estrellas mundiales como Marek Hamsik o Ezequiel Lavezzi. Estaba rodeado de auténticas estrellas.

—Hamsik era un fuera de serie, una persona maravillosa. Aunque Lavezzi tenía una personalidad más argentina, siempre hacía bromas. Había veces donde estábamos hundidos por una derrota y él nos levantaba para volver a sonreír. El ambiente era muy bueno, muchas veces íbamos a casa de los argentinos con los uruguayos a pasar la tarde, a comer carne a la brasa y luego nos quedábamos a dormir. La mejor forma de hacer grupo era divertirse.

—Por aquel entonces, usted era un defensa de gran reputación en Italia. ¿Cómo surgió la posibilidad de terminar en el Real Zaragoza en el mercado de invierno?

—El entrenador del Nápoles no me quería en el equipo, apenas tenía minutos. Nada más ponerme en el mercado de fichajes tenía las ofertas del Panathinaikos griego y la del Real Zaragoza. Me decanté por el más histórico, del que jugaba en una gran Liga.

—En su presentación con el Real Zaragoza dijo que estaba «loco» por fichar por el club aragonés. ¿Siempre fue un futbolista atrevido?

—Dije eso porque sabía que estábamos en una situación difícil y salvarse era casi imposible. A mí las situaciones difíciles me producen placer y este reto era mayúsculo. Solo con ver los números se podía apreciar que ese equipo estaba mal.

—Se tomó su fichaje por el Zaragoza como un reto en su carrera deportiva y personal.

—Era un escenario perfecto para demostrar lo que valía. Me habían largado de Italia con una patada en el culo y enseñé a toda la gente de la directiva del Nápoles que podía ser capaz de comandar al Real Zaragoza hacia la permanencia. Y así lo hice.

—¿Tuvo contacto directo con Agapito Iglesias?

—Sí, claro. Su primer impacto me pareció una persona comedida, algo apático. Estaba preocupado con los fichajes, no se podía equivocar con las incorporaciones porque se jugaba mucho con la permanencia. Después, cuando todo iba yendo bien, la relación fue bastante buena. Pero hubo algunos malentendidos.

—¿Qué sucedió?

—Cuando vine a hablar a Zaragoza me ofrecieron unas condiciones distintas a las que me habían ofrecido antes. No sé si se querían hacer los astutos conmigo, o que directamente no creían en mí. Al final lo solucionamos todo y firmé conforme con el equipo. Le acabé demostrando al presidente todo lo que valía con mi aportación al equipo sobre el terreno de juego.

—Desde el primer partido que disputó con la camiseta blanquilla demostró su actitud seria como defensa central. ¿Cómo se define como jugador?

—Un central debe ser agresivo, nunca se le puede dejar al delantero marcar goles. En el fútbol de hoy en día, además, tienes que ser capaz de usar los pies para jugar con el balón. No es como el fútbol de hace unas décadas, donde los defensas despejaban la pelota y ya. Yo sacaba la pelota, pero también me encargaba de que nadie se me escapara.

—Su forma de emplearse en defensa ha encandilado a todos los aficionados de los equipos por donde ha pasado. Incluso los del Nápoles le dedicaron una canción donde bromeaban sobre su estilo.

—Fue muy bueno, la canción representaba todo aquello que la afición pedía de mí. No era un jugador fino, era muy temperamental. Siempre me dejaba el alma en cada acción. Tanto en Nápoles como en Zaragoza valoraban más que te esforzases en el campo que tuvieras talento y lo demostrases siempre. Mi labor era que los atacantes no llegasen a portería, no importaban los métodos.

—Usted cumple con el estereotipo de defensor italiano. ¿De qué influencias se ha nutrido su estilo de juego?

—Los principales espejos en los que me he mirado han sido Baresi, Maldini, Tassotti o Paolo Montero. Estos jugadores marcaron a toda una generación de chicos que queríamos ser como ellos. Imponían su autoridad en el campo y eso es lo más bonito que hay. Aunque, en verdad, todo se lo debo a mi padre. Él era técnico de chicos y me llevaba a sus entrenamientos, ahí es donde empecé a ver este deporte. Terminé ejercitándome con chicos cuatro o cinco años mayores que yo. Así me curtí como futbolista.

—Con Paolo Maldini coincidió cuando era jugador del filial del Milan.

—Estaba en el filial, pero entrenaba a menudo con un primer equipo lleno de superestrellas. En aquella plantilla había jugadores como Rijkaard, Weah o Paolo Maldini. Cuando veía a Paolo Maldini por los pasillos no me atrevía ni a saludarlo. Era un hombre serio y muy profesional, imponía respeto y yo era un chaval muy tímido. Todos nos queríamos parecer a él. En los entrenamientos, todas estas estrellas te ayudaban cuando te equivocabas. Me apoyaban mucho, no te relegaban a un segundo plano por ser un joven.

—¿Qué le faltó para tener una oportunidad en aquel Milan lleno de campeones?

—Era prácticamente imposible que los jóvenes llegásemos a jugar ahí. En aquella época era un chico inexperto, apenas tenía 19 años. Me faltaba físico y no tenía mucha técnica para haber llegado a lo más alto del Milan. Los más jóvenes teníamos que salir cedidos a otros sitios para buscar crecer, yo mismo me fui a equipos como el Parma.

—Su carta de presentación en La Romareda fue inmejorable: gol y victoria.

—Recuerdo aquel día con mucho placer. No he marcado muchos goles en mi carrera y aquel día lo hice todo bien ante un equipo de talla europea. Veníamos de ganar en Tenerife y tras vencer al Sevilla el vestuario estaba seguro de que nos íbamos a salvar. Aquella permanencia valió mas que un campeonato.

—Además protagonizó una lucha feroz con Negredo, que acabó expulsado por su culpa.

—Sentí más satisfacción cuando se metió en propia puerta el gol que nos dio el triunfo. Recuerdo que fue una acción de pícaro, yo le hice la falta, pero se protegió muy mal y me aproveché de ello. El árbitro y el linier se pensaron que me había agredido cuando estaba siendo todo lo contrario y acabó siendo expulsado. Toda La Romareda me aclamó por aquella acción. Fue un momento muy especial para mí.

—También protagonizó una espectacular batalla en Pucela contra un joven Diego Costa.

—Lo recuerdo, jugábamos en Zorrilla. Durante la semana me habían dicho que era todo un talento con mucha fortaleza física, muy difícil de cubrir y con una actitud ruda, pero yo lo era más.

—Diego Costa tuvo que abandonar el campo con un cabestrillo por una lesión de clavícula.

—Usé todas mis armas de defensa experimentado para frenar todo su ímpetu. No era sencillo detenerlo, porque sus movimientos eran muy bravos. Lo único importante era el resultado.

—También se enfrentó al mejor jugador del mundo cuando el Barcelona visitó La Romareda.

—Lo recuerdo perfectamente. Llegábamos al partido contra el Barça en un gran estado de forma. Me tocó encargarme de Leo Messi y también tuve que controlar a Ibrahimovic, no fue nada fácil. Mis amigos aún me recuerdan aquel gol tan apoteósico que nos marcó.

—Leo Messi se vistió de Diego Armando Maradona. Usted no pudo pararlo.

— Es una de las mejores acciones que ha protagonizado todo un genio en la historia del fútbol, no me la hizo cualquiera. Fue de los pocos jugadores en toda mi carrera que se me escapó dos veces en la misma jugada.

—Su rendimiento bajó mucho cuando el Real Zaragoza ejerció su opción de compra. ¿Qué sucedió?

—Mi padre no estaba bien y que ría estar cerca de mi familia. Hubo periódicos que dijeron que no quería estar en el Zaragoza y eso no era cierto. Era una circunstancia que me afectó mucho en lo emocional y eso repercutió en mi juego.

—Usted siempre dijo que estaba muy bien en la ciudad y en el equipo.

—Me encantaba tanto Zaragoza como el equipo, pero había un motivo de peso para mi marcha. Entre las lesiones de tobillo y los asuntos familiares me costó encontrar mi mejor versión. Le dije a Agapito que me tenía que volver a casa y él lo entendió. Él me hizo una promesa.

—¿Qué promesa?

—Me dijo que si nos salvábamos me dejaría volverme a Italia si me surgía una oferta buena. Se juntaron todas las circunstancias para que me tuviera que volver y él me dio todas las facilidades. Ese gesto le honró, fue sincero y leal conmigo.

—Dejó atrás Zaragoza, su primera experiencia fuera de Italia. ¿Qué recuerdos le trae la ciudad?

—Muy buenos, recuerdo que solía hacer mucho frío en invierno. Viniendo de Nápoles, donde era clima meditarráneo, sufrí bastante. La gente era cordial y alegre, me encontré muy a gusto.

—Usted fue un hombre que gustaba mucho a los aficionados. ¿Le paraban por la calle?

—En Nápoles me paraban siempre que salía a la calle, siempre me animaban a ganar el siguiente partido. Los zaragozanos eran más calmados. Me miraban y reconocían, pero nunca se solían acercar. Dejaban más libertad a los futbolistas.

—¿Ha seguido al Real Zaragoza recientemente?

—Sigo siempre al equipo, no suelo ver los partidos, pero miro habitualmente la clasificación. Nunca veo al Zaragoza en las primeras posiciones y eso me desagrada. Estoy seguro de que acabarán volviendo a Primera. El fútbol debe ser justo.

—A sus 36 años está jugando en la UE Pergoletesse, un equipo de Serie D (Cuarta División). ¿Será esta su última temporada?

—Este será mi último año de futbolista. Tras muchos años colgaré las botas para comenzar con mi carrera como entrenador. No va a ser sencillo, pero quiero empezar a trabajar con niños y espero en un futuro llegar al profesionalismo. Para mí sería un gran placer seguir vinculado al mundo del fútbol. He nacido para este deporte.