La vida es linda, lo malo es que muchos confunden linda con fácil. Nunca está de más recordar una frase de la genial y rebelde Mafalda. Y más hoy. Bello y complejo, bipolar como ese mundo del que la hija de Quino quiso bajarse. Como el Huesca ayer, de doble cara. Poderoso y echado para delante en la primera mitad. Resguardado en la resistencia en la segunda. Dos hemisferios distinguidos en una misma naturaleza. Sigue siendo este un equipo de identidad propia, competitivo siempre, con secuencias de algo más que un recién ascendido, alejado mil galaxias de su otro paso por Primera.

Concentrado en la tarea, sea la que sea, minimiza sus fallos y se acopla a juegos divergentes. Es capaz de reír con un ataque de toque e inteligencia o tirarse al arco de cabeza para aguantar el acoso de todo un gigante. Sacar las uñas como un tigre de Bengala o pelear como un gatete panza arriba. Hasta comerse la maldita sopa si es necesario.

Un punto. Otro. El tercero en cuatro partidos. Podría parecer poco. Y lo es en los cálculos fríos de la permanencia. No tanto en el calor de las emociones. Porque será complicadísimo que de mantenerse esta entereza no se obre el objetivo, que no lleguen las ansiadas victorias más pronto que tarde. No se apresuren. Buenísimas sensaciones de nuevo, como en Valencia y en Villarreal. Y esta vez ante la altura de un candidato.

Nunca el Huesca había tuteado a un grande (4-22 ante los tres reyes del fútbol español). Y el Atlético se fue mosqueado del Alcoraz porque no supo agujerear la portería de un Andrés providencial. Es verdad que se repite la ausencia de colmillo, que faltaron ocasiones y puntería. Pero no es mentira decir que se atrevió a plantear un partido de tú a tú, valiente. Un pulso que no está al alcance de todos y que descifra la consistencia y personalidad de este bloque.

PELOTEROS / Míchel reasignó los roles. Recuperó el 4-3-3 pero modificado. Con los peloteros al poder. Seoane se mantenía en una línea fortalecida con el regreso de Mikel Rico. Delante quedaron Okazaki, Ferreiro y Borja García, reemplanzando a Rafa Mir se inauguraba en el once. Menos centímetros, más capacidad de combinación.

El Huesca interpretó el partido en una doble velocidad. Alta en la presión a la salida del balón y reposada en el posterior repliegue. Al recuperar se repetía el mantra. La primera idea era coser rápido una transición. Si no se podía, retrasar la pelota y empezar a trenzar con parsimonia. Mucha concentración, pocas pérdidas y reparto de dominio ante todo un Atlético que venía de golear y que ponía a Luis Suárez de titular.

La estrategia funcionó. Poco se inquietaba la defensa, segura, y se controlaba el tempo sin achicar. Mosquera volvía a manejar el timón, Ferreiro retenía bien, Mikel aparecía y Seoane confirmaba que es el fichaje inesperado. En su cabeza tuvo la apertura del marcador, pero la pelota golpeó en ella sin control. Varias combinaciones aplaudían la versión del Huesca. Casi al filo del descanso, el entendimiento entre Seoane, Borja y Ferreiro puso un centro atrás que Mikel Rico envió arriba. Casi.

El descanso cambió la tendencia. Culpable fue Joao Félix. Su chispazo inventó tres ocasiones que rompieron la balanza. Dos tiros propios y una asistencia a Luis Suárez que Andrés escoró en su salida para taponar el uno contra uno. Esa sensación de peligro hizo que el Huesca perdiera a cada segundo un centímetro del campo. Cuando recuperaba sus pases restaban y no sumaban. Tocaba aguantar. Resistir.

El último cuarto de hora el Huesca terminó colgado en el larguero. Salvó la más clara Gastón Silva, otro debutante, yendo al suelo para abortar un tiro de Koke que iba dentro. Las intervenciones de Andrés fueron providenciales ante Joao, Costa o Felipe. El Atlético se desesperaba buscando su habitual 1-0 sin suerte. Porque el Huesca tiene espíritu de sobra para no bajarse de este planeta.