Un perro viejo de la profesión lo repite con la frecuencia con la que suena una matraca. «Cuando un entrenador empieza a ver cosas raras, mal asunto». Imanol Idiakez ha empezado a ver cosas raras en las últimas semanas y, desde luego, lecturas de partido muy diferentes a las que hace cualquiera, usted, yo e incluso también dentro de la propia Sociedad Anónima, que a priori es donde está el conocimiento más exhaustivo de cada circunstancia. Tras la derrota en Soria, gestada después de un nuevo retroceso futbolístico, el técnico aseguró que «veía el partido para ganarlo porque estábamos encontrando situaciones por fuera». Después del empate frente al Osasuna, en frío unos cuantos días mediante pero con el susto todavía en el cuerpo por el despeje de Lasure sobre la línea de gol que evitó el 1-2, argumentó que el Real Zaragoza había dispuesto de «16 o 17 situaciones de gol», con sus matices, pero 16 o 17. Evidentemente, nadie las vio, salvo que la depreciación del concepto alcance un punto excesivo.

A la par, Imanol Idiakez siempre ha puesto su pecho por delante, protegiendo a sus futbolistas y arredrándose la responsabilidad de cada derrota. Lo hizo con énfasis tras el varapalo táctico contra el Lugo y, por supuesto, también en Los Pajaritos, cuando ya se había escuchado de su propia gente el Idiakez, vete ya.

Así hemos llegado hasta este momento, con aquel equipo ilusionante de Oviedo perdido en la inmensidad del pasado, aunque el pasado fuese anteayer, sin soluciones y con cada vez más problemas. Seguramente Imanol merecería mejor suerte y el Zaragoza, también. Pero el clima está ya muy enrarecido en torno a su figura. Tanto como alguna de sus valoraciones. El destino le guarda una última oportunidad.