Una deportista se siente acompañada en el éxito. Es natural sentirse rodeado por los compañeros, la familia y el público, y compartir esta experiencia. Forma parte de la emoción que acompaña al deporte, pero no la única. Trazar un camino a la cima a menudo resulta complicado, hay dudas, derrotas, miedos... Por encima de todo, debe sobreponerse la pasión y la vocación de creer en ti misma, como hizo Irene Lahuerta (Zaragoza, 1996).

En sus inicios ya se destapó ese gen ganador y competitivo. «Yo tenía 14 años cuando competimos en el Campeonato de España de baloncesto. Jugaba en el Stadium Casablanca y me convocó la selección aragonesa esas Navidades. El entrenador, Jorge Serna, lo vivía intensamente, nos hacía esforzarnos más de lo que estábamos acostumbradas y todas dimos un paso adelante», recuerda Irene Lahuerta.

Como primeras de grupo, les tocó medirse con la selección madrileña, una de las favoritas. Nadie esperaba que aquel grupo se metiese en semifinales sin concesiones. Un paso más y estaba hecho. En un minuto mágico contra la selección valenciana, remontando 13 puntos, se plantaron en la final. Cataluña iba a robarles el oro pero habían ganado mucho más.

«El sentimiento de formar parte de algo, de que todo el trabajo dio resultado. El baloncesto nos gustaba, pero la selección era algo más», valora la aragonesa.

Su llegada al Barça estuvo marcada por una importante lesión. «Fue con 17 años, al poco de llegar. En un partido me hicieron falta, me desestabilicé y me caí. Hice un mal gesto y noté algo detrás de la rodilla. En las pruebas me dijeron que tenía el cartílago destrozado, me impresionó, nunca me había lesionado y nunca pensé que estaría un año parada», lamenta la aragonesa.

El valor del baloncesto le cambió de la noche a la mañana. La calidad de una jugadora se mide también en el esfuerzo diario de acudir a rehabilitación. El dolor se convirtió en motivación para, semana a semana, estar un paso más cerca de poder volver.

«Me costó recuperar la confianza, me comparaba con mi yo de antes y no me encontraba a mí misma. Me lo tomé con calma y empecé a recuperar sensaciones», asume la zaragozana.

Temporada 2017-2018, el Mann Filter se preparaba para una de las campañas más ilusionantes de su historia e Irene se ganó un puesto entre las mejores.

«El preparador físico, Isaac Caseras, me diseñó un plan de entrenamiento y acepté el reto. Quería dar ese paso y fue un proceso agotador, desde mayo hasta septiembre, me frustraba porque no veía avances, yo estaba ahogada y él me daba ánimos para seguir adelante. Me ponía los pies en la tierra, confió en mí y todo el trabajo que hice fue fruto de él. Me di cuenta de que solo con trabajo obtienes los resultados», asiente.

«Jugar la Copa de la Reina es un privilegio. Como jugadora sueñas con poder participar de algo así»

Los aficionados recordarán esa Copa de la Reina en Zaragoza. Vega, Ferrari, Gaby, Lucy, Carol Esparcia… Víctor Lapeña puso al baloncesto aragonés en el mapa y clasificó a un equipo de ensueño en tercer lugar. Irene, solo unos meses después, como recompensa a su esfuerzo, estaba lista para la Copa de su vida.

«Recuerdo estar nerviosa como una niña pequeña. Salir a jugar y notar que no era un partido normal. Me centré en el juego y en todo lo que había trabajado. Tenía 21 años y los nervios no me jugaron malas pasadas, lo hicimos lo mejor que pudimos, caímos contra el Girona pero fue una experiencia imborrable. La Copa de la Reina es un privilegio y, como jugadora, sueñas con poder participar de algo así», alude Irene.

Existen muchos caminos, cada deportista marca el suyo, pero todos dejan migas de trabajo y constancia hasta llegar a su destino. Para Irene, «Mann Filter significa hogar, crecimiento y la oportunidad de vivir algo grande», concluye.