Por una concatenación de elementos casi cósmicos, que si uno trabajaba en la Balay, que si el otro está de Erasmus, que si aquel se dejó caer por aquí enganchado por el amor de una mujer... del vacío, desde esta juguetona Ley de Murphy y el sacrificio de unos pocos románticos germinó un chispazo de grandeza en el olvido del voleibol de la región. Por el capricho del destino, el CAI Universidad de Zaragoza fue el primer equipo aragonés que se coló en la Superliga. Aguantó agarrado a lo más alto durante dos años hasta que la pasada campaña descendió de nuevo a la FEV. Pero esta bajada no supone el fin del sueño, sino el inicio de un periodo en el que los esfuerzos centrales se unen no sólo para retornar a la máxima categoría sino también para eliminar las carambolas del futuro del voley aragonés.

Más de 60 caras sonrientes, despiertas, anuncian que la misión no es desesperada y empieza a dar sus frutos. La siembra del CAI Universidad por los colegios de Zaragoza se hizo visible este fin de semana en el pabellón Puerta Sancho, en la Almozara, donde se celebró el Trofeo CAI voleibol. Fue una reunión de la cantera que resurge en estos últimos años gracias al esfuerzo del club de élite para no caer en el olvido cuando la actual generación se agote. "Tenemos que rellenar esos huecos. No podemos tener un equipo en la élite y nada de cantera", explica Dimas Ripollés, presidente del club.

Más chicas que chicos

Es una mañana intensa. Paco Díaz corre de un lugar a otro. Atiende con cortesía a unos, charla con los de más allá, mientras manda a un equipo de alevines hacia una de las pistas y habla a la vez por el móvil. No para. Su frenética actividad (por la tarde dirigiría el primer triunfo de la temporada de su equipo) atiende a la necesidad de que Zaragoza tenga una base sólida de jugadores. Sacar un equipo de chavales es un esfuerzo lento pero con una enorme gratificación. Los clinics y visitas (esta semana iban a la Almozara, Alagón y Figueruelas) a diferentes colegios han inculcado el amor por el voleibol a grupos de chavales. "Donde hemos ido a dar charlas hemos ido sacando equipos. Colaboramos con la Salle Montemolín, la Estrella de Oliver, Miguel Catalán, Carmelitas, Escuelas Pías y tenemos equipos propios en la Almozara y Delicias. Poco a poco se van apuntando más chavales y vamos dando pasos. Intentamos que hagan jugadas de tres toques y muchos ya lo hacen", comenta Paco Díaz, que junto al colombiano Harold Lozano y Félix Zárate son los más activos. La falta de técnicos cualificados con tiempo disponible hace que sean los propios jugadores del CAI los que hagan de monitores.

Hasta la categoría juvenil los equipos son mixtos, aunque se hacen esfuerzos para dividirlos. "La proporción es de 70% de chicas por 30% de chicos", dice Díaz. Los nueve equipos que estuvieron en La Almozara y la puesta en marcha de más después de las Fiestas forman un número consistente para armar una Liga competitiva. "Es importante que los chicos tengan la motivación de jugar y competir contra otros", apunta Dimas Ripollés. El esfuerzo es sordo y costoso y el único ingreso es la sonrisa de un niño. Merece la pena.