La cascada de información que ha vertido el ciclista Jesús Manzano en su confesión seriada sobre el dopaje en ciclismo ha convulsionado los cimientos de este deporte y ha sacado a la luz lo que venía siendo un secreto a voces, enterrado bajo un pacto de silencio perfectamente administrado y asumido por la comunidad ciclista. El pormenorizado relato de Manzano, propio de un verdadero experto, ha dejado atónitos a los ciudadanos con su riada de información letal. Si el ciclismo en general está bajo sospecha, el ciclismo español acaba de plantarse ante el despacho del fiscal. Se puede decir sin complejos que esto acaba de empezar.

Lo de Manzano tenía que suceder tarde o temprano. El protagonista y los motivos de su traición al sistema son aleatorios: venganza, dinero, arrepentimiento,..¡qué más da!. El ciclismo español ha venido pedaleando con el mismo desarrollo que empleaba antes de los sucesos del 98 (caso Festina ) mientras que en Francia, en Bélgica o en Italia se han sucedido innumerables episodios en la persecución de esta lacra llamada doping.

En España no hubo reflexión interna tras demostrarse a nivel internacional la existencia de una red de tráfico de sustancias dopantes, muchas de las cuales eran adquiridas en nuestro país. Tampoco hubo adecuación de las leyes a la nueva situación. Aún es más, mientras los equipos españoles se retiraban en bloque del Tour de Francia al ser objeto de registros, en Italia, donde los ciclistas son dioses, se abría un proceso espectacular de acoso y derribo a los tramposos que todavía perdura. Aquí y en Portugal no pasaba nada. Un auténtico paraíso.

Oportunidad perdida

José Miguel Echavarri, exdirector del equipo Banesto, apuntaba el pasado fin de semana al origen verdadero de esta crisis: "Dejamos pasar la oportunidad en 1998. Y en 1999, cuando expulsaron a Pantani del Giro, ya le dije a Hein Verbruggen, presidente de la UCI, que había llegado el momento del relevo, que los que habíamos llevado al ciclismo a ese punto de no retorno no podíamos liderar su regeneración. Ninguno nos fuimos y estamos donde estamos", apuntaba el técnico navarro. Respecto al futuro, Echávarri vaticinaba: "Como en el 98, se dejará pasar el chaparrón, se cerrará el paraguas y se seguirá como si nada".

Las denuncias de Manzano no se pueden justificar en una situación heredada porque el dopaje no deja de evolucionar. La innovación, la creatividad y la picaresca están en permanente vigilia dentro del entramado deportivo para poner al día métodos, procedimientos y sustancias con suficiente eficacia y abundancia para atender la demanda.

El ciclismo está enfermo. Padece una enfermedad incurable diagnosticada hace más de cuatro décadas, tras el caso Simpson , que evoluciona cada vez a peor y que parece estar fuera de toda duda. Si alguien no lo remedia, acabará con el enfermo.

Hasta hace poco menos de dos décadas, el dopaje ciclista era una filigrana artesanal de algunos deportistas, sin apenas rigor científico. Dosis y productos se aplicaban desordenadamente y sin protocolos. La EPO, hormona mágica, se descubrió en 1983 y pocos años más tarde ya había revolucionado el ecosistema de los deportes de resistencia. Experimentada y aplicada inicialmente en Italia, alcanzó su total difusión en el umbral de los noventa, dando nombre a toda una época (Felices años EPO en Francia o Renacimiento , en Italia). Durante años fue la pócima mágica por sus dos grandes cualidades: indetectable y efectiva.