Cómo debe ser de poderosa la luz que desprende Cristian Álvarez que es capaz de mandar a un segundo plano a los autores de los goles, los hombres que por siempre jamás han llevado el delirio a las gradas. La divina luminosidad del portero argentino ensombrece todo lo demás. No lo ha hecho una ni dos ni tres veces. Lo ha hecho tantas desde que decidió dejar la montaña para regresar al campo que ha acabado confirmando el dogma: es el nuevo dios del zaragocismo, el futbolista con más ascendencia del equipo y el que más influencia final tiene en el resultado, también ayer en Lugo, donde dio una portentosa exhibición cuando el partido era una ruleta rusa.

El portero normalmente es un mártir, pero Cristian es el héroe. El guardameta normalmente es el culpable de las derrotas, pero Cristian es el responsable de las victorias. Al arquero normalmente le persiguen maldiciones, pero Cristian es una bendición. No parece humano, es un dios del fútbol en Segunda. Lo que hizo ayer escapa a una explicación simplemente técnica. Mantuvo vivo a su equipo en instantes clave y, luego, el Zaragoza ganó. Ganó porque Víctor Fernández tiene a un portero que es el mejor portero, el mejor defensa y el mejor delantero. Y porque el técnico aragonés siempre quiere ganar. Que no se olvide.