El Tour de Francia es un universo donde la justicia y la crueldad conviven serenamente. Estas cualidades se reparten a lo largo de veintiún días de forma aleatoria entre quienes optan por los beneficios que ofrece la carrera. En etapas conectivas, como la de ayer, que sirven para enlazar espacios de extrema exigencia, como son los Alpes y los Pirineos, el suicidio deportivo está a la orden del día, y eso agrada al personal, ya que al menos ve pasar ante sus narices dos pedazos de Tour, primero la escapada, y luego el grueso del pelotón.

Solamente Martín Piñera, enfundado su maillot del Karpy, encontraba placer en sus "cabalgandas" en solitario hacia metas imposibles de alcanzar. En esas situaciones el pelotón se manifiesta laxo y permisible al principio, para transformarse en un colectivo cruel y voraz cuando hay aroma de meta. Ayer la película se estaba desarrollando con el guión sobradamente conocido en la búsqueda de El Dorado emprendida por parte de Bauer y Elmiger.

Todo estaba calculado para ser devorados por el grupo a falta de unos kilómetros. Sin embargo apareció la lluvia y transformó el asfalto en un peligroso suelo de cristal, lo cual amansó el instinto asesino del pelotón por temor a una caída. Los dos exploradores tuvieron el tesoro a su alcance. Llegó el momento del injusto reparto. Uno todo y el otro nada. Y lógicamente apareció el instinto egoísta, manifestándose una dejadez agonística, y la empresa común se vino abajo a veinte metros de alcanzar el cielo. Es el Tour de Francia.