Raquel Zaldívar tiene 37 años y en sus inicios fue un producto de la cantera de La Jota. Con los años fichó por el equipo de balonmano de la máxima categoría del Deportivo Gijón Balonmano. Allí conoció al hombre de su vida. Era el asturiano Felipe Guerra, árbitro de la Liga Asobal. Zaldívar tuvo dos hijas. Son María, de siete años y Paula, que tiene cuatro.

Tras un paréntesis deportivo, regresó a Zaragoza. "Me llamaron para trabajar en Zaragoza de profesora de Educación Física en el colegio Gloria Arenillas. Además volví a jugar a balonmano en el Casablanca de Primera. He probado el pilates, la natación, el tenis y el frontón. Pero no me gusta nada como el balonmano. Es un deporte colectivo muy completo", explica la veterana jugadora.

En el Stadium Casablanca era la capitana de un equipo lleno de jugadoras jóvenes. "Cuando vuelves al deporte activo tienes limitaciones. Pero la motivación, las ganas, la veteranía y el saber estar te dan tablas. Las más jóvenes me dan mil vueltas corriendo, pero juego de central y veo muchas más cosas por veteranía". Zaldívar no es la misma tras haber tenido dos niños. "La forma del cuerpo es diferente después de dar a luz. Se nos ensanchan las caderas, tenemos más tripa, pero se puede alcanzar la misma capacidad física".

EL CAMBIO Ahora se ha pasado a jugar al Cuarte de Primera. Practicar balonmano de nivel tiene muchas ventajas mentales. "Salgo de casa tras la jornada y cuando llego al pabellón desconecto completamente de la rutina. El balonmano me quita el estrés y me libera. Me gusta tanto jugar al balonmano que me río, me enfado, me pico con las compañeras y encima tenemos el objetivo de ganar la Liga", dice.

Sus hijas son las primeras hinchas del equipo. "Están muy vinculadas al balonmano. Han visto mil partidos, han ido al Príncipe Felipe, viajan conmigo, están en los calentamientos, se quieren duchar con nosotras en el vestuario. Paula tiene mucho genio y es posible que juegue a balonmano...", concluye.