Aquella reunión en el bar Flor cambió el fútbol en Huesca. Ese clásico punto de encuentro en pleno corazón de la ciudad. Ahí solía acudir Carlos Lapetra al mediodía antes de irse a La Romareda. Bajo esos porches de la Calle Galicia brotaron innumerables planes de futuro, entre ellos los de un grupo de amantes del balompié, ansiosos por devolver a la ciudad altoaragonesa su fervor por el balón. Estos caballeros se reunieron durante horas hasta que dieron forma a un proyecto. En 1960 nacía la SD Huesca, como sucesora de aquella Unión Deportiva Huesca. Entre pitillos, cafés y sueños en voz alta jamás habrían presagiado que aquel embrión futbolístico teñido de azulgrana sería 58 años después un equipo de Primera División.

Lo de ayer fue uno de esos hitos que quedan impresos para la posteridad. El relato de un club modesto que se ha empeñado en romper con osadía los cánones de la lógica para codearse con los mejores equipos. Algo que se gestó a fuego lento, empezando por aquellos héroes del día a día que defendieron el escudo oscense por los campos de tierra, como Luis Ausaberri o Javier Camarón.

Un ascenso moldeado también por los disgustos. Aquella tarde asfixiante ante el Córdoba, donde las altas temperaturas calcinaron las ilusiones por ascender a Segunda División. O en el descenso a Segunda B tras cinco años en la división de plata. Sin embargo, el Huesca siempre ha sabido amanecer dentro del ocaso para emerger con más poderío hasta propulsar su nombre por todos los rincones de España.

El conjunto oscense se impulsó desde el Anxo Carro hacia el cielo, donde yacen las estrellas y Armando Borraz, el expresidente oscense, fallecido en el 2017, que condujo al Huesca durante los primeros años de aquel proyecto que comenzó en 2006. Armando siempre creyó, así lo hizo ver tras el primer ascenso a Segunda: «¡En tres años nos iremos a la Champions, ya pediremos precio por Cristiano Ronaldo!», bromeó.

Otro de los artífices de este ascenso, José Antonio Martín Otín Petón, que hace diez años aseveró que «el objetivo del Huesca tiene que ser llegar a Primera». Palabras que no estaban huecas, cimentadas en el trabajo de un proyecto que partía desde suelo casi virgen. Un proyecto basado en la premisa de no gastar más de lo que se tiene. Ser ambiciosos desde la austeridad, conocedores de que la imaginación es capaz de crear una realidad.

La persistencia, unida a los nuevos tiempos que inundan el fútbol profesional español, han hecho posible el inicio de la fantasía del Huesca en lo más alto. Demostrando lo que dice esa frase, «sin reblar». Una mentalidad que está ya fija en la idiosincrasia del club y en la filosofía que ha permitido a los pupilos de Joan Francesc Ferrer Rubi subirse al vagón de Eibar, Leganés y Girona como equipos que están cambiando las reglas del juego.

Nadie sabe cuánto durará, ni cuántos capítulos le quedan a este cuento de hadas. El siguiente paso será formar un proyecto en la élite. Entre los mejores. Algo que nunca se olvidará y se transmitirá de generación en generación. El niño que, mientras se toma un batido en la terraza de los porches, le dice a su abuelo «cuéntame otra vez cómo fue el ascenso del Huesca a Primera División».