El Real Zaragoza ha llegado a los límites de su particular finisterre propulsado por las hélices de propietarios, director generales, directores deportivos, entrenadores y futbolistas que, durante más de una década, han formado parte de una tripulación en nada altruista. Que esa nave vaya a la deriva solo es responsabilidad de quienes, en algún momento, han pertenecido a la cadena de mando en la sala de máquinas, desvalijada por cuestiones de enriquecimiento personal, lucha de egos o mera ignorancia. La suma de esos factores han conducido a la entidad a una situación de pobreza extrema en los apartados económico y deportivo, hasta presentarse a las puertas de la tragedia que supondría descender a Segunda B.

Ahora toca "remar todos juntos" en la regata para evitarlo. "Hacer una piña". "Apoyar de forma incondicional porque en este barco estamos todos". "No apuntar a la autodestrucción". En esta atmósfera irrespirable, los SOS sinceros y los mensajes de preocupación conviven con un buen puñado de recados fariseos bajo la siempre recurrente etiqueta zaragocista. Todo en el fútbol actual se justifica en lo prosaico, pero cuando se intuye el incendio, las liras comienzan a sonar para reclamar la implicación emocional como un valor de mercado imprescindible para evitar la catástrofe. Fracasados el hermetismo y la soberbia, se pretende una implicación social a todos los niveles para esquivar, una vez más, el naufragio.

Y, cómo no, se hace una llamada a la sensibilidad de la afición, el gran patrimonio despreciado, para que esté junto a su equipo cuando ha sido, es y será la única verdad de esta monumental mentira. Entre el voluntariado también se reclama a los medios de comunicación como fuerza de paz en un territorio bélico que pertenece en exclusiva a quienes disparan a diario y desde dentro contra el Real Zaragoza. La hinchada, sin necesidad de que nadie le recuerde cuál es su papel, continuará junto al equipo, y la prensa (la mayor parte) seguirá intentado ser el espejo de la realidad frente a las madrastras de la cenicienta.

"Remar todos juntos" es solo una frase hecha, un demanda populista, injusta e irreal. La salvación del Real Zaragoza está en manos de la plantilla, de los jugadores y del entrenador. Nadie más va a ganar los partidos que se necesitan para certificar la permanencia, un viaje muy peligroso al fin de los días, un crucero organizado por profesionales malos de solemnidad. Sin duda, con las lanchas preparadas para huir y dejar al pasaje zaragocista en mitad de un océano de desolación. O, en el caso de no bajar, dispuestos a reescribir en su desprestigiado cuaderno de bitácora que la próxima temporada es la del "¡Sí se puede!". Pero ese es el cuento de siempre.