Ni los más de 27.000 abonados, ni el empuje de La Romareda, ni las audiencias televisivas que generan los partidos del Real Zaragoza, ni los shares, ni los pasajes más brillantes de la historia, ni la grandeza, ni los recuerdos. Ni los propietarios, ni los silencios atronadores, ni que seis años en Segunda sean una eternidad, ni la dirección deportiva y sus manifiestos errores en la toma de decisiones. Ni los culpables todos a la vez. Ni usted ni su vecino de localidad. Ni Borja Iglesias, ni Bastón, ni Ángel. Ni los más listos del lugar. Ni mil juramentos.

La dramática situación deportiva en la que se encuentra el Real Zaragoza a falta de cinco jornadas, con solo cuatro puntos de renta sobre el descenso y sensaciones de impotencia muy preocupantes, solo la pueden salvar los mismos que, en gran medida, la han generado sobre el césped: los jugadores. Y el entrenador actual. En sus pies está el destino del primer equipo de fútbol de Aragón.