Un tornillo aquí, una tuerca allí, dos vueltas de llave inglesa en el centro del campo y un par de defensas licenciados en mantenimiento. El sonido del juego de España ante la indolente Rusia fue el de la fábrica a hora punta: metálico, machacón, impregnado de sudor anónimo y horas de esforzado trabajo mecánico. En esto se ha convertido el fútbol, en pura siderurgia donde un chico, Vicente, intenta hacer oír su armónica por encima del martillo táctico. Pero el ingenio, que sigue siendo motivo de sospecha al que se recurre con las alarmas disparadas, acudió al rescate de la selección. Apareció Valerón con una flor en la solapa y la deshojó frente a los centrales rusos. La meto, no la meto, la meto, no la meto... La meto, dijo el dandi. Y la chatarra se hizo oro. ¿Qué es entonces más productivo? ¿La flor o el martillo?