Al Granada, tampoco. El Real Zaragoza da ya toda la sensación de ser incapaz de ganar a nadie. Diez jornadas sin saborear esa sensación, todos los partidos de Liga en este 2013, cuatro puntos de 30 posibles, supone argumentos de demasiado peso, que solo contrarresta el hecho de estar fuera del descenso, con dos puntos de renta, pero con un calendario durísimo por delante. La décima estación sin vencer fue un ejemplo de impotencia, de una preocupante vulgaridad. Dos de los equipos de menor pegada de la Liga --solo Osasuna es peor en esa faceta-- cerraron unas tablas sin goles, un resultado, pues, justo y de una lógica aplastante.

Es verdad que el Zaragoza quiso, la duda que empieza a cundir en la afición, que para ser un partido en lunes respondió bien, aunque muestre también hastío por tanto tiempo sin ganar, es si sabe y si puede, sobre todo en La Romareda, donde va camino de la leyenda negra. Por lo mostrado anoche, se diría que no puede. En un partido vital de victoria absolutamente indispensable, el Zaragoza se quedó solo en el deseo, en el ímpetu, recubierto de una vulgaridad que hace disparar todas las alarmas.

El que no tema por el descenso en las actuales circunstancias es, directamente, un inconsciente. El equipo, es verdad, no transmite por su fe las sensaciones de un cadáver, pero sí las ofrece por su pírrico fútbol, por una falta de pegada monumental, con 14 partidos de Liga de 27 quedándose a cero. Ese dato es absolutamente demoledor. La afición y el club no miran aún a Jiménez y el técnico todavía tiene un merecido crédito en un contexto donde otros ya lo hubieran perdido. Con todo, el entrenador se está aproximando a una situación límite por el propio peso de los malos resultados.

Esa vulgaridad, a medio camino entre la ansiedad y la falta de manejo de muchos jugadores en una situación crítica, se plasmó especialmente en una segunda parte donde al Zaragoza le faltaron toneladas de fútbol, de calidad y de talento, y tuvo que recurrir a balones largos con los que el Granada se sintió comodísimo. El conjunto nazarí, que tuvo menos pero mejores ocasiones, pecó de ingenuidad, no quiso hacer sangre y dio por bueno un empate ante un equipo que sigue siendo el peor local de la Liga, que acumula siete partidos en casa consecutivos sin vencer y al que su gente, su abnegada gente, no ve ganar desde el 10 de noviembre. Por cierto, los dos próximos visitantes son Madrid y Barça. Como para pensar en un cambio de tendencia.

Con la grada pendiente de salida de Mateu Lahoz, con cartulinas rojas que no influyeron a un colegiado que quiso dejar jugar, como hace siempre, y que no pesó en el partido, el Zaragoza salió con la apuesta ofensiva anunciada, con Víctor en la línea de mediapunta y con el grado de la responsabilidad demasiado elevado. El Granada, sobre todo en la estrategia y saliendo a la contra, se sintió cómodo y los primeros avisos los dio Ighalo, uno de ellos al palo. La superioridad visitante fue efímera porque el Zaragoza estabilizó la presión, se organizó mejor en la sala de máquinas, mantuvo el tipo atrás y comenzó a generar peligro por el carril de Sapunaru. Rochina, trató de ser el elemento diferencial, pero el delantero, que siempre genera peligro, se equivocó demasiadas veces en la elección. Tiró cuando tuvo que pasar y al revés. Un disparo suyo desde la frontal tras jugada entre Montañés y Sapu rozó el gol.

El Zaragoza tenía más el balón, pero apenas generó peligro antes de llegar al descanso. Todavía iba a empeorar su versión después, porque en la segunda parte el balón empezó a quemar y Movilla y José Mari no lograron sujetar una medular donde se echa en falta a Apoño. Sin fútbol y capacidad en el medio, el Zaragoza aumentó su dedicación al fútbol directo, sin resultado aparente, porque en el último pase, en el momento decisivo, el equipo fue la negación personificada. Sapunaru, en una falta de Rochina, obligó a un paradón a Toño. El rumano, por cierto, remató mientras Mainz le hacía un penalti que no se pitó.

Los cambios apenas mejoraron. Oriol, que entró por un gris Víctor, repitió su habitual nulidad, Babovic aportó alguna idea interesante, insuficiente en todo caso, como lo que dio Bienvenu. El partido, entre nervios e incapacidad, se diluyó. El Granada, al que no le sobra mucho, hacía tiempo que firmaba un empate al que no le quedó más remedio que llegar a un Zaragoza enfermo de impotencia.