El homenaje tenía algo de impostado en su gestación, pero en cuanto comenzaron a rodar los corazones de todos los asistentes en la sala de prensa y después en La Romareda, lo hicieron con absoluta sinceridad, un viaje por los cauces de las emociones auténticas. Cani leyó una nota de agradecimiento frente a su esposa, sus hijos, su padre sin consuelo posible, sus amigos... Con cierta dificultad, cruzándosele las palabras y los sentimientos a la velocidad de sus primeros días como jugador. Allí estaba su familia con lágrimas en los ojos.

Allí, mientras se despedía del fútbol y del Real Zaragoza con honda honestidad, descubrió una vez más que su árbol genealógico alcanza más allá de los que más le quieren, que las raíces del cariño hacia su persona se han extendido hasta el infinito. Fue un gran profesional de la jardinería y ha recogido lo sembrado, una multitud de incondicionales simpatizantes. Es un tipo encantador en todos los sentidos. Mañana amanecerá nublado, pero siempre le acompañará el rayo de sol de ese fútbol que iluminó la admiración del espectador sensible a la magia del juego porque sí, porque me da la real (Zaragoza) gana.

Por la mirada de Rubén Gracia asomaba Cani. Uno ha decidido colgar las botas. El otro dejaba entrever en sus ojos el reflejo de El Niño, aquel chaval travieso del túnel intercontinental a Reiziger, del gol artístico al Oviedo, de las maravillosas asistencias en la palizas al Madrid. También el que ha sufrido por un regreso a contrapié, sin que nadie haya sabido seguirle el paso de sus composiciones ya otoñales. En el corto viaje de su adiós, apenas una hora, cerró su puerta y al mismo tiempo abrió de par en par la de la nostalgia. Porque no se va solo, qué va. Deja tras de sí una época, un Real Zaragoza huérfano de la leyenda que ayudó a forjar junto a futbolistas que hablaban su mismo lenguaje. En cuanto asomó por la puerta y se sentó para dirigirse a los medios de comunicación, todo los presentes sintieron la brisa de la tristeza. Y se dejaron mecer sin el más mínimo rubor por la conmoción del momento. Hubo un aplauso cerrado y casi interminable al término de su comparecencia. Afloraron los moqueros y el reciento se pobló de nudos en la gargantas.

Escoltado por la Copa de Montjuïc y la Supercopa ganada al Valencia, Cani se expuso a los aficionados que le esperaban en La Romareda. Mientras el público elogiaba su grandeza y el himno sonaba con fondo patriótico, por las esquinas del Municipal se veía a un hombre cabizbajo, seriamente afectado. Alberto Zapater no sabe disimularse a sí mismo. Transparente y humano, con mil preguntas sin respuestas. "Podría haber seguido", se decía observando el horizonte de un equipo sin Cani. El capitán, de luto por dentro, sabe que nada será lo mismo, que nada será igual. Su amigo del alma abrazaba uno a uno a quienes se le acercaban, se fotografiaba a diestro y siniestro, se aferraba a su mujer y a sus hijos para hacer más llevadero el trago. Se iba. Se ha ido para quedarse en el perfume del club, en la cima de la memoria, donde sólo llegan los futbolistas entrañables por su carácter, magníficos con la pelota.