Presentación con puyazo a Agapito Iglesias incluido, primer día de trabajo en intensa doble sesión ya consumido, cambios en la fisonomía del equipo a la vista y la firma en el contrato hasta el 2015 en su sitio. Unas horas después de su llegada a Zaragoza, el efecto de la contratación de Víctor Muñoz es manifiesto. La dirección del viento ha cambiado: del pesimismo y el desánimo a la ilusión y un arranque de esperanza en el futuro a corto plazo. No cabe duda de que la presencia del entrenador aragonés como relevo de Paco Herrera, con quien el Real Zaragoza había iniciado una regresión imparable y temeraria, ha sido justamente aplaudida y ha provocado un consenso casi inmediato, más todavía después de escucharle ayer en su puesta de largo, sentida, seria y, en definitiva, un ejercicio de zaragocismo y de responsabilidad profesional.

Víctor Muñoz ha venido al Real Zaragoza porque se lo ha pedido el corazón, por amor al fútbol, por su deseo de volver a entrenar, por valentía y porque sabe de forma fehaciente que este Real Zaragoza, aunque siga siéndolo, cada día lo es menos de Agapito Iglesias. Por primera vez desde el 2006, el soriano no ha participado en primera persona en la contratación de un entrenador. En el supuesto contrario, Víctor ni se hubiera movido de Barcelona.

El fichaje del técnico, con ese efecto entusiasta a cuestas, no garantiza los buenos resultados. Las victorias llegan solo a través del trabajo bien hecho. Pero ayudar, claro que ayuda. Mejor en buena onda que en mala. Así que queda declarado el estado de optimismo. Al menos, hasta el domingo.