De repente, al Real Zaragoza de Víctor Fernández se le ha aparecido en la noche aquel Real Zaragoza de Natxo González, que también caminaba a oscuras, con un punto más, a estas alturas del campeonato y que acabó tercero después de una segunda vuelta meteórica. Todavía es un espectro pese a que se quieran buscar similitudes en la reacción actual, una ilusión a la que se aferra el zaragocismo en su larga penitencia por el desierto. Inducida esa esperanza, sin duda, por el encadenamiento de buenos resultados y de la elevación de fútbol competitivo desde que el banquillo tiene nuevo y conocido inquilino. También por ese recuerdo de remontada histórica todavía muy fresco en su memoria. El equipo es más atrevido, se cree ganador y supera marcadores adversos sin caer jamás en la depresión, protegido y avalado por un portero iluminado por sí mismo. Aun así, como ha subrayado su entrenador en diferentes intervenciones, para aspirar a una hazaña similar a la de la temporada anterior, habría que realizar una reproducción casi idéntica del original. Es decir perfecta, con un fondo fijo de victorias y un mínimo margen para el error.

Con 16 jornadas por delante, necesitaría el equivalente a 12 triunfos para aspirar a una plaza de promoción de ascenso (15 sumó el conjunto aragonés en la segunda ronda del 2017-2018). La dificultad, como entonces, es monumental, pero se podría plantear en función a una premisa innegociable: para sumar de tres en tres, mejorar al máximo la faceta defensiva. La ausencia de Borja Iglesias, coautor de la explosiva carrera hacia el playoff junto a Cristian y la efervescente frescura de los canteranos, supone un obstáculo importante para intentar un nuevo capítulo épico. Con todo, no es lo fundamental aunque lo parezca. El ahora delantero del Espanyol se plantó en la jornada 26 con 9 goles (cuatro de penalti), dos menos de los que contabiliza Álvaro con un partido menos, quien el sábado desperdició una pena máxima. El Panda, que luego se disparó hasta las 22 dianas, ofrecía un surtido muy amplio de alternativas atacantes que se focalizaban en caso de problemas en su habilidad para simplificar las transiciones. Sin embargo, la clave para abrir la caja fuerte de los sueños es otra.

El Real Zaragoza del milagro había encajado al paso del ecuador del torneo 26 goles y en la reanudación recibió 18. Elevó con mucho su producción atacante (34 goles más), si bien su éxito se fundamentó en el crecimiento de sus líneas de seguridad, con Mikel González como epicentro de esa prosperidad. Terminó seis encuentros con la portería a cero y solo tres equipos le batieron en más de una ocasión. Además, convirtió La Romareda en un recinto de fiestas privadas a la que únicamente se coló el Sevilla Atlético. Aquel Real Zaragoza de Natxo se le ha manifestado al de Víctor con una sicofonía de mensaje bien claro: para quitar la corteza a la utopía, el equipo ha de encerrarse en una cápsula inabordable. Que la pilote Cristian Álvarez entre la amenaza de una lluvia de aerolitos está muy bien, pero a bordo se necesita una tripulación menos expuesta al pánico y a la mezcla de errores individuales y colectivos.