Si el domingo pasado fue Alvaro Maior el mejor delantero del Real Zaragoza con un gol de oro ante Osasuna, ayer, siete días después, Delio Toledo hizo triunfar esta curiosa revolución de los defensas que ha brotado en el mes de mayo --Rebosio la inauguró en Albacete, aunque para nada--. Los tantos del lateral paraguayo no tuvieron la trascendencia del logrado por el brasileño. La verdad es que hicieron más daño al Atlético de Madrid, que prácticamente se despide de Europa con esa derrota, que beneficio a su equipo, salvado antes de acostarse el sábado por la noche.

Las paradojas no dejan de sucederse en este Zaragoza imprevisible que no mereció mucho más que un punto en el Calderón. Toledo es un espigado y fuerte hombre de atrás, un buen mozo que por genética ha actuado en alguna ocasión de central. Para sacarle de zona o para que cruce de mediocampo tiene que ocurrir algo sobrenatural o que un compañero bote un córner en busca de los altos. Qué se le pasó por la cabeza en los dos últimos minutos para lanzarse como un cohete por su carril quedará en los anales de los grandes secretos de la historia universal. La cuestión es que se fue arriba, empató en un barullo y firmó el triunfo al estilo de los mejores extremos: cabalgada por la pradera, acomodo para el disparo con la izquierda y tiro cruzado fuera del alcance de Sergio Aragoneses. ¿Ryan Giggs? ¿Fran? Pues igual.

Ya es el tercer mejor artillero del conjunto de Víctor, por detrás de Villa y Alvaro, y le gusta golear en Madrid porque se estrenó en el Bernabéu de cabeza. Toledo triunfó como nunca en un partido que el Zaragoza hizo suyo en la primera mitad. Tocó y tocó hasta hartarse, sobre la figura crecida de Soriano, un gran orden colectivo y la placidez que otorga jugar sin presión alguna. Tocó, eso sí, para un auditorio vacío, para un Atlético duro de oído y de fútbol, abandonado en exclusiva a la inspiración de Fernando Torres, con dos mediocentros pesadotes y pasados de rosca como De los Santos y Simeone. Taponados los rojiblancos, el equipo aragonés se estiró cómodo aunque sin pegada, salvo un disparo de Villa tras asistencia de Soriano que se fue fuera por poco.

Entró Nikolaidis, un alborotador del área, y el Atlético se enchufó algo al encuentro. No demasiado. Lo hizo más bien por el bajón del Zaragoza, que comenzó a despreocuparse. Por aplastamiento y un mal despeje de Milito, que tuvo una tarde para deshojar margaritas, los colchoneros se encontraron con el gol de Nano. El partido se convirtió en un pulso horrible, una cita de gordos y flacos con un cordero de por medio para el ganador. A Valbuena le entró el baile de San Vito para animar al adversario, pero Toledo, que vio a Alvaro correr como un gamo de extremo derecho y de izquierdo en un par de arrebatos, escuchó el toque de corneta y saltó el ecuador del campo para llevarse algo de gloria. Daba igual que estuvieran con diez por expulsión de Cuartero. Tiró para delante y fue héroe de una historia aburrida pero feliz para él.