Fue un gol de plata , pero sus efectos fueron tan mortíferos como si se hubiera tratado de un gol de oro . Dellas marcó de cabeza en el último segundo de la primera parte de la prórroga y Collina, el árbitro italiano, ya no dejó ni sacar de centro a los desesperados jugadores checos. La semifinal estaba sentenciada. Decidida. Grecia ya tiene un nuevo héroe al que adorar. El defensa central del Roma ha entrado, de la mano del técnico Otto Rehhagel, en el Olimpo de los dioses. Su gol es el premio a la constancia. A la disciplina. Al orden. Al juego en equipo. Pero también es el tanto que castiga a todos aquellos equipos que han intentado jugar a fútbol contra los griegos en esta Eurocopa. La República Checa, la selección que ha ofrecido el mejor juego del torneo, también terminó ayer desquiciada. Algo tendrá Grecia. Todos saben cómo juega y nadie es capaz de ganarla.

Nadie se imagina lo difícil e incómodo que es jugar contra los griegos hasta que están delante. Ellos no crean, sólo destruyen. Sólo rompen la táctica del rival. Esa es su única apuesta. Miserable, pero efectiva. La estrella es Nedved, pues Katsouranis le hace una entrada aterradora en el segundo minuto que Collina, sorprendido en frío, no considera tarjeta amarilla. Y Nedved, como les sucedió a Raúl y Zidane cuando jugaron contra ellos, ya se arruga. Baros se desmarca con rapidez entre los centrales, pues se coloca a Seitaridis marcándole al hombre y se deja a un central, Kapsis, como libre. Rosicky y Galasek mueven la cocina checa con velocidad, pues aparecen Basinas y Karagounis para romper el ritmo con faltas, caídas, protestas y otras tantas triquiñuelas que tanto desquician al rival.

Y si, encima, se tiene un buen portero como Nikopolidis, que detuvo dos ocasiones de Jankulovski (m. 5 y m. 32) y tuvo al poste como aliado en un remate de Rosicky (m. 2), se entienden los problemas que crean los griegos. A los checos sólo les faltaba la desgracia de Nedved en los grandes torneos. La estrella de la Juventus, que se perdió la final de la Champions del 2003 por sanción, se lesionó en la rodilla derecha al chocar con Katsouranis cuando iba a rematar un balón. Smicer le sustituyó.

Ya nada volvió a ser lo mismo. Los checos, enredados en la tela de araña diseñada por Otto Rehhagel, acusaron la ausencia de su líder. Perdieron, aturdidos por el efecto sedante de los griegos, todas las virtudes mostradas en los cuatro partidos anteriores. Aunque a cualquiera en su lugar le hubiera pasado lo mismo. ¡Cómo pierden el tiempo los griegos! ¡Cómo ralentizan el juego y cómo cortan el ritmo con faltas y pérdidas absurdas de tiempo! Así no hay quien juegue. Ni siquiera los checos. Se pusieron tan nerviosos que perdieron toda su frescura, la velocidad y el fútbol de toque. Todo. Sólo Rosicky, muy activo, conectó con los delanteros. Pero cuando lo hizo, Koller (m. 53) y Baros (m. 82) no estuvieron acertados. La historia le tenía reservado un hueco a Dellas. Su remate de cabeza lo empujó toda Grecia a la red.