A los grandes hay que derribarlos. Dejarlos tambaleando no garantiza el triunfo en el combate. Es demasiado arriesgado no acabar con un rival de envergadura cuando se le tiene contra las cuerdas. Porque es precisamente su talla la que le hace levantarse y volver a amenazar. A los enemigos poderosos no basta con asustarlos. Ni siquiera sirve ser superior por puntos o dar más golpes de los que recibes. Si no acabas con ellos, los contrincantes de postín acabarán contigo.

El Zaragoza no mereció besar la lona pero lo hizo. Quizá debió ganar pero perdió. Y el tercer mazazo consecutivo en casa pone en evidencia la incapacidad de este equipo para asestar ese golpe de autoridad definitivo para regresar a Primera. El Zaragoza no ha sido capaz de ganar a sus tres rivales directos en la pelea por el ascenso directo. Ha caído derrotado en los dos partidos ante el Huesca, y solo ha sido capaz de arrancar dos empates frente a Cádiz y Almería, que ganaron en La Romareda.

Semejante falta de poderío contra los adversarios con los que ha de batirse el cobre de aquí al final amenaza seriamente el sueño del Zaragoza y la ilusión de los suyos. Porque tiene el average perdido con los tres y, tal y como está la clasificación a seis jornadas para la conclusión, cualquier mínima ventaja puede ser definitiva.

Acumuló ocasiones y seguramente méritos el equipo de Víctor Fernández para ganar al Huesca. Como también lo hizo en Cadíz o quizá en Almería, pero siempre le ha faltado contundencia en las grandes citas. Sin veneno, ninguna picadura es mortal. En la media docena de encuentros disputados ante Cádiz, Huesca y Almería, el Zaragoza apenas ha marcado tres tantos y se ha quedado sin anotar en la mitad. Desalentador.

Decía Míchel en la previa que iba a ser un partido de mentalidad del que saldría victorioso aquel que lograra imponer su estilo. Durante la primera media hora, el Zaragoza no fue el Zaragoza. Renunció al balón o, lo que es lo mismo, a su propia identidad. A ello le abocó la mayor determinación de un Huesca consciente de que sus opciones de éxito pasaban por el control del esférico y, con ello, del partido.

Durante gran parte del primer periodo, el Zaragoza se encomendó al balón largo hacia Luis Suárez como el único camino con cierta luz hacia las inmediaciones de Álvaro. Sin Eguaras, oscurecido por Rico, el equipo de Victor Fernández fio su suerte a correr, seguramente, un arma poderosa como ha demostrado a lo largo de una temporada en la que el mayor daño lo ha provocado a través de transiciones rápidas y contragolpes. Sin embargo, el Huesca apenas dejaba resquicios. La vía estaba taponada.

A partir del último cuarto de hora del primer tiempo, el Zaragoza mejoró y comenzó a acumular ocasiones de gol. Kagawa, Suárez, Atienza o El Yamiq rozaron un gol que nunca llegó. Y, claro, dejar vivo a un enemigo de cuidado se antoja un arriesgado ejercicio de osadía. Porque puede pasar lo que acabó pasando. El Huesca dio donde más duele. En el último segundo.

La Romareda llora desconsolada. Atrás queda aquella fortaleza casi inexpugnable que ahora es ultrajada día sí día también. En los tres choques jugados en casa, el Zaragoza ha marcado un solo gol y se ha quedado sin marcar en dos. Justo ante rivales directos con los que batalla sin munición real.