El triunfo en Riazor antes del parón navideño puede que signifique un punto de inflexión hacia una mejor clasificación futura. Mientras se descubre esa incógnita en lo que resta de competición, los tres puntos supusieron un bálsamo de enorme valor para un equipo que iba camino de responder a su tradicional mediocridad en la Liga por lo que se refiere a la última década. Desde que ganó la Recopa en la temporada 94-95, el Real Zaragoza ha conservado su idilio con los trofeos de resolución rápida (dos Copas en el 2001 y en el 2004 y una Supercopa en el 2004), pero al mismo tiempo ha descuidado el torneo doméstico.

Los efectos de esa continua desatención, con el paréntesis del cuarto puesto logrado en el curso 99-00 bajo la dirección de Txetxu Rojo, han incrustado al conjunto aragonés en el anonimato y, sobre todo, han erosionado gravemente su economía. Los jugadores, pese a que sea un método habitual en muchos equipos, cobraron en pagarés por primera vez en la historia, y Alfonso Soláns, recurrió al aval personal, al del club y al público (al que respondió la DGA pero no el ayuntamiento) para solicitar un préstamo de 24 millones de euros.

La caída a Segunda

El agujero se produjo con la caída a Segunda División, causa directa de un progresivo deterioro en las configuraciones de las plantillas de futbolistas. La pérdida de categoría implicó un desajuste ingente en los ingresos por televisión: de los 12 millones de euros previstos se pasó a un escaso millón. El precio del descenso fue muy caro y está condicionando el presente de un sociedad deportiva mal gestionada desde casi todos sus despachos. Las Copas han alegrado el castigado corazón de la hinchada y han adornado las vitrinas, pero su premio, ahora la Copa de la UEFA, no compensa a la tesorería ni al público, poco receptivo con un torneo sin crédito ni rivales atractivos. Europa es la Champions , la clasificación entre los cuatro primeros.

En una ocasión, con Rojo, consiguió el Real Zaragoza auparse a ese podio, del que lo desplazó el Real Madrid como campeón de la Copa de Europa del 2000. El resto de los puestos de los últimos diez años reflejan una tristeza desoladora. Precisamente con el técnico bilbaíno se alcanzó la novena plaza en la temporada 98-99, posición histórica del club, para después volver a una serie de amenazas de descenso que se consumó en el ejercicio 2000-2001. Hubo que recuperar a Esnáider y llegar a un acuerdo con el Celta de Víctor Fernández en la última jornada para evitar la catástrofe. Una año más tarde, fue Milosevic el elegido para la misma misión, si bien en este caso ni el serbio ni los tres entrenadores (Rojo, Costa y Marcos Alonso) pudieron esquivar un desastre anunciado que se rubricó, con penoso espectáculo final incluido, en Villarreal, con Víctor Muñoz en el banquillo castellonense.

El Real Zaragoza fue séptimo tras vencer en el Parque de los Príncipes al Arsenal. Las cuatro Copas anteriores a esta década se alcanzaron en consonancia con un buen rendimiento en la Liga (4º en 1964, 3º en 1966, 4º en 1986 y 3º en 1994). Los dos últimos trofeos fueron los de la angustia (17º en el 2001 y 12º en el 2004), dos títulos bienvenidos por su carácter bondadoso, sobre todo el conseguido ante el Real Madrid.

Costa abanderó una espectacular remontada desde la cola de la clasificación en el curso 96-97, y un año después estableció el récord de victorias a domicilio (8), una de ellas en el Bernabéu; Rojo casi gana la Liga tras vencer 1-5 también en casa del Madrid; Alvaro salvó al equipo hace bien poco con un gol ante Osasuna... La regularidad ha abandonado a un equipo que sigue peleando por desprenderse de esa costumbre al peligro y que vive estos tiempos de forma convulsa, bajo la sombra que él ha elegido.