Marc Gual pudo cambiar el destino del partido. Tuvo oportunidades de todos los colores pero Munir, el portero del Málaga, le ganó un duelo tras otro, en ocasiones íntimos y personales. Muy próximos. Con ventajas suficientes para elegir la forma del gol. No pudo o no supo. Al final del encuentro se derrumbó desolado sobre el césped, consciente de que, en parte, era responsable si no de la derrota sí de no haber metido al Real Zaragoza en la pelea de un mejor resultado. Sus compañeros acudieron al rescate del joven atacante, quien ciertamente no está tendiendo un camino fácil en el conjunto aragonés. Tan solo ha conseguido dos tantos y siempre saliendo desde el banquillo, para acortar distancias en Albacete (2-1) y para hacer lo mismo contra el Mallorca (1-2), partidos que acabaron en empates. Nunca ha marcado de titular y la falta de puntería ha sido la constante en los 18 encuentros de Liga que ha disputado, 14 desde el inicio. Solo o con un compañero a su lado. Junto a Álvaro o Pombo... Al lado de ambos. Gual pelea, corre, se ofrece y dispara. Exagera en el adorno pero nunca se esconde. Está aprendiendo lo duro de su profesión. En el punto de mira de un deporte donde el 9 se alimenta de la gloria o es carne de cañón. Sin término medio.