La despedida de la SD Huesca de su primera aventura en la élite ha estropeado la imagen de un equipo que ha luchado hasta el final, que ha enamorado en ocasiones por su tozudez para salir del pozo al que cayó en los primeros días y del que no ha podido huir porque su empresa llevaba el sello de los imposibles desde que cerrara la primera vuelta con 11 puntos. El Valencia ha ejercido de verdugo sin corazón, degollando la mínima ilusión que tenía el cuadro oscense tras conocer las victorias de Levante, Celta y Valladolid, resultados que le forzaban a derrotar al conjunto de Marcelino. Y a mucho más después. Ni lo primero y, por supuesto, sin opción para lo segundo con citas aún pendientes frente a Betis y Leganés. La respuesta de la afición azulgrana mientras caía la tormenta, animando con cánticos ensordecedores a un regreso a Primera, desprendió una fuerte carga emocional en un instante tan duro como de incuestionable merecimiento. Los altoaragoneses descienden porque se lo han ganado a pulso. Una cosa es reconocer su enternecedor empeño por sobrevivir y otra bien distinto correr un tupido velo de condescendencia analítica.

Golpeado ya en el primer minuto con un tanto de Wass defendido sin fe, el Huesca se fue desangrando frente a un Valencia con apetito voraz y un menú a la carta servido por la flacidez competitiva de un bloque depresivo en esta cita de extrema exigencia deportiva y mental. En las últimas seis jornadas no había perdido aunque con un único triunfo contra el Eibar. Paso lento que complicaba cada vez más un improbable milagro. Los últimos capítulos desprendieron el romanticismo agónico de una resistencia al destino inevitable, a una pérdida de la categoría a la que se renunciaba con orgullo, pinceladas de buen fútbol y arrebatos. El cuchillo del Valencia impidió una rendición con algún honor más, si bien se notó que el Huesca había visto pasar el ángel de la muerte antes de comenzar el partido. Las lágrimas acompañaron en la grada y en el campo en un funeral anunciado con mucha antelación.

Desbordado el sentimiento, acude la razón, la explicación, las respuestas a los porqués. La entrega el banquillo a un Leo Franco sin experiencia supuso el primer error de un club que suele gestionarse con conocimiento de causa. También hubo un cierto punto de inconsciencia en la configuración de la plantilla, sostenida sobre excelentes profesionales para Segunda aunque sin peso suficiente para Primera. El Huesca, que arrancó como un tiro en Eibar, era la base del equipo del ascenso. No hubo una lectura adecuada de las necesidades, algunas ejecutadas con poco oficio. El lastre de Semedo, por ejemplo, resto muchos puntos al equipo con un central desquiciado y desquiciante. La enfermería se superpobló de lesionados y la llegada de Francisco dio algo más de sentido común al conjunto aragonés, presa fácil para la mayoría. Los refuerzos de invierno por imperiosa necesidad tampoco dieron la talla esperada. El Huesca gruñón y de espíritu tribal en su guerra del fin del mundo siempre ha llevado sobre los hombros una enorme levedad en todas las líneas.

Se va el Huesca con la cabeza alta pero pagando el precio de un sueño que le ha venido muy grande como institución novata la Liga Santander. Fue bonito mientras duró, que fue poco. El resto se convirtió en un ejercicio agónico para regresar a un mundo que posiblemente abandonó al día siguiente de subir a Primera. Se ha despedido sin haber llegado.