Parecía que todo era del color que pintan las fantasías. Pensábamos que viviríamos en una alegría perpetua, porque solemos creer que lo bueno durará eternamente. Para qué imaginar que esta extraordinaria racha iba a tener final. Éramos más felices creyendo que lo ganaríamos todo, que romperíamos todas las estadísticas. Suspirábamos por desbancar a los colosos que ocupan el ascenso directo. Pobres de nosotros que unos chavales llenos de alegría y rebosantes de ambición terminaron por volver a enseñarnos lo que es esta categoría. Un carrusel constante de emociones donde la condición de favorito es un apelativo carente de peso.

La derrota escoció en exceso porque era algo que no estaba planeado. Se daba por sentado que el filial cedería ante la portentosa avalancha zaragocista. Ellos estaban plagados de bajas, con todas sus líneas mermadas, cero puntos en la segunda vuelta, virtualmente descendidos... Todo ese contexto quedó desvirtualizado en un poderoso baño de humildad, provocado por unos muchachos que están dando sus primeros pasos en la Liga de plata.

No fue el mejor día del Real Zaragoza. Eso quedó claro. Desde el primer instante se vio a un filial con ganas de comerse el mundo delante de unos leones de dientes planos. El segundo equipo sevillista se creyó que era capaz de hacer sangre ante las constantes imprecisiones de los jugadores blanquillos. Poco después de que el colegiado diera inicio a la contienda se produjo el primer mal síntoma. Perone pierde un balón y permite a Mena armar un disparo. No era un simple aviso, era su carta de presentación.

Desde ese momento, once diablillos vestidos de rojo con una franja blanca en el pecho se dedicaron a realizar travesuras en el césped de La Romareda. Jugaron con desparpajo, con gracia y osadía. Nadie hubiera pensado que este equipo era colista destacado, pero lo era.

Al Real Zaragoza se le atragantó el partido. No consiguió encontrar argumentos para rasgar las vestiduras del bisoño filial. De hecho, los chicos de Natxo González no fueron capaces de encontrar vías para que su juego fluyera. El cortocircuito fue total. Con Eguaras taponado, Buff paralizado y los arietes vagando en solitario sin apenas balones por los que pelear.

Nada le salió bien al Zaragoza, que vio como Mena marcaría desde fuera del área sin oposición. El mismo disparo que habían repetido en tres ocasiones, con pausa para colocar el balón en la escuadra zurda. Ni la condición divina de Cristian Álvarez pudo parar lo evidente, y es que cuando te avasallan sueles sucumbir. El propio Natxo avisó. El equipo está recibiendo muchas ocasiones en contra, y así no se puede seguir, decía. Al Zaragoza le han tirado 36 veces en los últimos dos partidos, 20 de ellos tiros a puerta. Por ahí debe de ir el principal punto a mejorar. Conceder menos ocasiones.

El león parecía invencible, pero es un mortal más. El baño de humildad que recibió el Real Zaragoza truncó la progresión del equipo, eso es innegable. Ayer se produjo el despertar más duro, un día en el que no se podía fallar. Esta derrota servirá para medir la madurez del equipo, pues todavía quedan diez finales que afrontar con valor y serenidad.