Quién lo iba a decir hace solo ocho o diez semanas, cuando el cuadro del equipo era depresivo y las expectativas de fuste muchísimo más bajo. Por el trabajo bien hecho y la tenacidad de los jugadores y el técnico, el escenario ha cambiado drásticamente. La cuestión es que el Real Zaragoza se ha ganado estar donde está, vivir lo que está viviendo y disfrutar de la posibilidad de hacer posible algo que parecía imposible: lograr el ascenso esta misma temporada. O, al menos, pelearlo.

Ahora mismo, el día de la visita a El Sadar, el equipo aragonés está en esa contienda por méritos propios y derechos adquiridos por fútbol, ambición y buenos resultados. Esta misma semana, Eguaras ya se ha atrevido a hablar del ascenso directo. Ayer Natxo González también dejó abierta esa puerta, para posteriormente reclamar clama. Es una posibilidad, ciertamente.

El optimismo y el entusiasmo han florecido en las cercanías de la primavera. Así de boyante juega hoy el Real Zaragoza contra el Osasuna, subido en una ola de estupendas vibraciones, fortaleza emocional y mejores perspectivas. La de esta tarde es una prueba de enorme valor: rival directo, con empaque, aunque muy irregular y lejos de aquel conjunto aguerrido de rompe y rasga. Y oportunidad de oro de entrar en la zona del playoff tras una escalada extraordinaria, referencia histórica para el futuro, y que ha sorprendido a toda la Segunda.

De Pamplona, el Zaragoza puede regresar robustecido en su intención de asaltar el cielo sin necesidad de jugar la promoción. O simplemente fortalecido en su trayectoria con un empate. O, quizá, frenado en seco. Sea cual sea el resultado, El Sadar no es la estación final y el objetivo del Zaragoza ya no va a cambiar: el ascenso, por una vía o por otra.