Eran cinco jornadas sin ganar, con el equipo en descenso tres jornadas consecutivas y sin un mínimo indicio que ofreciera un halo de esperanza. Había mucho miedo. Pero la afición acudió a La Romareda con el ánimo renovado, con una fe inquebrantable y mucha expectación. Víctor Fernández era el motivo, quizá el único. Técnico de la casa, de la tierra y uno de los grandes artífices del mejor momento de la historia del Real Zaragoza, aquella mítica y no tan lejana Recopa. Si Víctor cree, el resto también.

El sábado fue el día en el que todo cambió. La victoria ante el Extremadura invita al optimismo, porque se pasó de un fútbol lúgubre, apagado, ramplón y soso a uno más vistoso, alegre y que levantó a La Romareda. Fue un fútbol de marcado carácter e impronta de Víctor y de La Romareda. El propio técnico aseguró en sala de prensa que se había ganado «como a mí me gusta». Es decir, dominando y entreteniendo. Así da gusto.

El aragonés es un motivador nato. Ese, quizá, es el punto más importante de la reacción blanquilla ante el Extremadura. Sabe ganarse el respeto (aunque ya lo tenía de sobra con su trayectoria), posee un discurso que engatusa de cara a la galería y de puertas hacia dentro y, además, siente el escudo del Real Zaragoza, lo que siempre es un plus. Sus palabras, al contrario que las de Lucas Alcaraz, sí fueron convincentes. El equipo, se las creyó y subió varios puntos su intensidad y entrega, lo cual se plasmó, al margen de las directrices tácticas, en un dominio abrumador y una victoria merecida, necesaria y balsámica.

El entrenador también cambió el sistema de juego. Todo ello después de haberse repetido hasta la extenuación que el rombo era el único esquema válido debido a la confección de la plantilla. Hay mucha vida más allá, como se demostró ante el Extremadura. El 4-2-3-1, unido a la elección de los futbolistas, ofreció un sinfín de posibilidades al equipo. Todo ello con el perfecto complemento de unos jugadores que se vaciaron y que entendieron con excelencia y madurez lo que Víctor demandaba.

Javi Ros y James Igbekeme formaron un doble pivote dinámico y no exento de capacidad de robo. El tudelano estuvo más anclado y fue el cerebro del Zaragoza, mientras que el nigeriano quedó más liberado para correr y moverse por el campo, por lo que recordó a ese James que enamoró en sus primeras jornadas. Como anillo al dedo. Los dos, aparte, ofrecieron una gran imagen a nivel individual y fueron el timón del equipo.

Por delante, Guti fue un elemento de desgaste. Ayudó atrás y se prodigó en ataque hasta que hubo que meterle una marcha más con Papu. Bendito regreso del georgiano. Vertical, incisivo y directo a la portería. Con Víctor, si recupera su mejor tono físico, se divertirá. Por su parte, Álvaro Vázquez entendió su rol desde la izquierda y cuajó un buen partido.

Pombo y Guitián / En la punta del ataque, a Marc Gual solamente le faltó redondear su tarde con un gol. Se le sigue resistiendo al de Badalona a pesar de que es capaz de generar sus propias ocasiones. Lo hizo todo bien, pero solamente le faltó rematar la faena. Unas veces por falta de puntería, otras por egoísmo en lugar de solidaridad... El caso, que el Real Zaragoza pudo golear y al final acabó sufriendo para vencer. Con Pombo y el resto surtiéndole de balones, mejorará a buen seguro sus registros anotadores.

Pero unas de las mayores claves de la reacción zaragocista fue, precisamente, el canterano. Víctor Fernández abrió el campo y despobló el centro para dar espacio y rienda suelta a la creatividad de Pombo. Cayó por la izquierda, por la derecha, estuvo en el centro, movió al equipo, buscó el tiro lejano, los pases filtrados. Ha pasado de ser suplente en dos partidos consecutivos a ser el faro del Zaragoza. Víctor lo tenía claro: «Jugarán los buenos».

Mención especial merece también Guitián, sin olvidar el buen partido que cuajó Álex Muñoz. El cántabro regresó a La Romareda y no hubo ni un pito ni insulto hacia él. Su presencia eleva el nivel defensivo y de salida de balón. Sus cualidades le vienen de lujo al Real Zaragoza de Víctor Fernández.

Fue una victoria de convencimiento y de optimismo, aunque no cabe perder la perspectiva. Ha sido un gran primer paso, pero solo eso. Resta refrendar en el futuro lo que promete este nuevo Zaragoza.