La exposición del fotógrafo Antonio González Sicilia, que se inauguró la pasada semana en la sede de Montañeros de Aragón, es un pepita de oro del pirineísmo. Son una treintena larga de imágenes en blanco y negro. La más antigua es del año 1942. En ella aparecen Antonio Sicilia, Eduardo Lázaro, Fructuoso Tricas y José Miguel Tarda en la Canal Roya con el Anayet cubierto por las nubes.

También aparecen en la exposición la cima del Aneto, el Paso de Mahoma, el ibón de Batisielles, el pico de los Infiernos, el Túnel de Viella, los Mallos de Riglos, el Santuario de Nuria, el Hospital de Benasque, el pico de Alba, la Gruta de Casteret, la cascada de Cotatuero... Son todas ellas imágenes de los cincuenta y los sesenta. Pero la que más le gusta a Charo González, la hija del fotógrafo, es una en la que no se ven montañas. «Es en Ansó. Dos hilanderas están ataviadas con el traje típico de la zona».

González Sicilia falleció el pasado 11 de octubre del 2016 a los 93 años tras una intensa vida dedicada a la fotografía y la montaña. «Vivió una vida muy interesante y muy alegre. Tenía muy buen humor y hablaba hasta con la piedras. Tenía tanta pasión por la montaña como por la fotografía. Ambas iban de la mano», afirma Charo. Fue desde Montañeros de Aragón de Zaragoza, su club de toda la vida, junto a la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza desde donde se impulsó esta exposición. Se pusieron en contacto con Charo González.

González Sicilia estaba viudo hace ocho años y vivía solo en un piso del Paseo de Rosales. «Fue para mí un apuro entrar en esa casa y revivir tantos recuerdos. Allí tenía 33 copas y medallas y me costó vaciarla de sus fotografías». González habló con Ramón Tejedor, el presidente de Montañeros, para que el club albergara la exposición. «No había un duro para albergar la exposición y Tejedor me apoyó. Pero en el futuro se puede buscar un patrocinio para realizar una gran exposición sobre mi padre», reconoce.

Recuerda que Antonio Sicilia «era un hombre muy curioso y tenía mucha fuerza de voluntad. Era insistente a la hora de realizar una foto desde un lugar determinado. Yo le hacía de botijera. Subimos el Monte Perdido y el Aneto y le llevaba la comida, la bota, el chubasquero, las lentes... Él llevaba el cuerpo de la máquina», explica su hija. Reconoce que «iba por libre en el club y no solía hacer vida social en la entidad. Tenían un apartamento en Peñíscola y en los últimos años se volvió muy playero», explica su hija.

Sus primeros años los vivió en un piso cerca de la estación del Arrabal. Su padre era ferroviario. Los fines de semana los aprovechaba para subirse en el Canfranero al Pirineo. «Hacía excursiones en el día. Así me entró el gusanillo por la montaña», explicaba en una entrevista publicada por EL PERIÓDICO en 1998.

Su negocio

A principios de los años sesenta creó su propia empresa. Era Ediciones Sicilia. «Hacía fotos a los monumentos de Zaragoza. Después mi gusto por el monte derivó en la fotografía por el Pirineo aragonés». Esa primera empresa estaba en la calle Jesús del barrio del Arrabal. Después se trasladó a la calle Zalmedina. «Es un local de 200 metros cuadrados que compraron sus dos empleados». Con los años realizó postales y vistas panorámicas. «Lo que más le gustaba era Ordesa. Era descarado», dice su hija. Sicilia no tenía duda al hablar de la mejor vista del Pirineo. «Es en la cima del Monte Perdido. Tira para atrás la impresionante vista de Pineta, Ordesa y Añisclo», decía Sicilia.