Ayer podían leer en este diario una entrevista en profundidad con Víctor Muñoz, en la que hablaba con una claridad, una lejanía y una rotundidad extraordinarias sobre la figura del máximo accionista del Real Zaragoza. "La presencia de Agapito Iglesias como dueño ha sido un accidente de ocho años", fue el titular seleccionado. En cualquier equipo de fútbol con un propietario que rigiera su destino de acuerdo a parámetros de normalidad, y no de forma monstruosa y ridícula como es el caso, Víctor habría sido despedido al amanecer después de semejante afirmación, aunque con toda seguridad jamás la hubiera pronunciado en otro escenario que no fuera este. Aquí, en este Real Zaragoza, el entrenador puede decir esas cosas del propietario sin que nada suceda. Y no solo puede decirlas sino que hacerlo enaltece su imagen de forma categórica.

En su presentación ya marcó la distancia y el terreno con nitidez respecto de Agapito, pero el lunes fue más allá con una colección de recados magnífica. Nadie puede imaginar que Ancelotti tuviera futuro alguno en el Real Madrid diciendo algo así de Florentino Pérez, ni Martino de Bartomeu en el Barcelona ni nadie de nadie en ningún lugar.

Muñoz ha hecho lo que ninguno en estos ocho años de insufrible penitencia. Ni zaragocistas de pro, ni zaragocistas eméritos, ni zaragocistas históricos, ni zaragocistas evomoralistas ni por supuesto zaragocistas a sueldo de su amo y cómplices directos del desastre institucional y económico. Víctor ha sido valiente, verdaderamente independiente, cristalino y ejemplar. Desde el principio ha puesto a Agapito en su sitio incluso trabajando para él. Con esa fuerza y estando dentro, nadie lo había hecho así hasta ahora. Esa es la diferencia entre él y todos los demás.