"Ese gol lo marcó Dios", asegura Alvaro, con una sonrisa de oreja a oreja, todavía saboreando en su memoria cada segundo de un tanto tan agónico como decisivo, tan salvador como celebrado, un zurdazo que superó al portero osasunista Elía para acercar al Zaragoza a la permanencia en la élite. "La ayuda de Dios siempre está ahí, porque bendice al que trabaja. Es verdad que el rival también luchó mucho, pero nosotros merecimos ganar ese partido. El espíritu del equipo siempre fue positivo antes del choque, tuvimos el apoyo de la afición, mantuvimos la concentración... Todo ayuda", añade.

Junto con su familia --su mujer Adriana y sus hijos Alvaro y Luiz--, el motor principal de la vida de Alvaro es su fe, desde que nació en un hogar cristiano en Mariápolis, un barrio humilde de Sao Paulo. Y con ella golpeó al balón el pasado domingo, convencido de que ese disparo solo podía ser gol. Tenía que serlo. Por él, por sus compañeros, por una afición al borde de la taquicardia, por un club en el que la palabra descenso es sinónimo de tragedia... Y lo fue. "En ese momento ni te da tiempo a pensar. Explotas de júbilo y tu cuerpo guía a tu mente, no puedes pensar, sólo saltas, abrazas a tus compañeros, sientes la felicidad, ves la emoción en la grada... Es un cúmulo de sensaciones imposibles de olvidar", asevera el futbolista brasileño.

A él le resultó hasta difícil asimilarlas. Le costó dormir en la noche del domingo --"Hasta las cuatro de la mañana estuve por casa, viendo la tele y leyendo. No podía coger el sueño", explica-- y ayer sentía la satisfacción del deber cumplido, sin pararse a pensar lo que hubiera pasado si ese zurdazo no hubiera acabado dentro de la portería de Osasuna. "Fue un momento muy bonito y lo recordaré siempre", afirma, aunque para que la memoria sea completa es necesario sellar una salvación absolutamente básica. "Al gol le falta eso. Si nos salvamos, que estoy convencido de que lo vamos a hacer, ese tanto será uno de los momentos más importantes y felices de mi carrera. Seguro".

La mejor medicina

Ese convencimiento en la salvación es la mejor medicina para un Zaragoza necesitado de autoconfianza en las dos jornadas que restan. Y a Alvaro le sobra esa virtud en cada acción. En los despejes, en la anticipación, en la contundencia, en las marcas... Y hasta en los goles. Cuatro lleva en lo que va de temporada --el del domingo fue el primero en La Romareda, ya que antes los logró en Santander ante el Racing (1-2), en Balaídos frente al Celta (0-2) y en Montjuïc ante el Espanyol (0-2)-- para situarse como segundo ariete de la plantilla zaragocista tras Villa (17). En todos esos partidos acabó ganando su equipo. No cabe duda, sus goles son todo un talismán.

Sonríe con este dato. "A ver si antes de que acabe la Liga consigo otro y una victoria más", desea. Pero lo primero es la salvación, para la que no hace cuentas. "Hay que ganar al Atlético y después ya se verá si es suficiente o no", asegura con la mirada fija del que se cree cada palabra que dice, del que confía tanto en sus posibilidades como en la ayuda de Dios. "Cada noche, cuando acuesto mi cabeza en la almohada tengo la conciencia tranquila", sentencia. El domingo también contribuyó a que cada zaragocista lo haga contemplando un poco más lejos el descenso.