París está más cerca. Los Campos Elíseos, desde ayer, ya pueden empezar a engalanarse para un hecho histórico. Lance Armstrong ha puesto la directa para conseguir el hito del sexto Tour consecutivo. Le queda todavía un obstáculo que superar. La cordillera alpina. Terrible este año. Peor que los Pirineos. Le falta una semana de carrera, donde tendrá que andar con la mosca detrás de la oreja. Sólo un ciclista puede enturbiar su sueño, y el de su pareja, la cantante Sheryl Crow. Y, desgraciadamente, no es español. El italiano Ivan Basso, segundo ayer, primero el día anterior en La Mongie, es el único listo para entorpecer la marcha triunfal de este tejano galáctico.

Armstrong triunfó ayer en el Plateau de Beille, menos famoso, pero mucho más duro que el Tourmalet. Y lo hizo dispuesto a cargarse de una pedalada todos los malos hechizos. Aquellos que hablan de que es imposible ganar seis veces en París. Armstrong está dispuesto a demostrar que sus piernas, su corazón y su cabeza son de otra galaxia, por la que no se atrevieron a circular ni Jacques Anquetil, ni Eddy Merckx, ni Bernard Hinault, ni Miguel Induráin. Ganó en la cumbre pirenaica como había hecho en el 2002, como también hizo Marco Pantani en 1998. Y quien gana en el Plateau de Beille, vence en París.

Lo hizo de una forma soberbia, en una etapa magnífica y sensacional. Una etapa que sirvió para que, todos los rivales que en la salida de Lieja se apuntaban como los aspirantes a derrotarle, fueran cayendo como fruta madura del árbol. Se retiró Tyler Hamilton, con la cabeza en otra parte desde la muerte de su perro.

LOS ESPAÑOLES, MAL Fue un día brillante para Armstrong, pero horroroso, de pena, para el ciclismo español, con la única excepción de Paco Mancebo, gallardo y valiente, con el sueño y el empeño puesto en acompañar a Armstrong en el podio de París. Fracasó Iban Mayo, de potentes piernas pero frágil cabeza. El vizcaíno hasta se apeó de la bicicleta. Sólo la sangre fría de su director, Julián Gorospe, que le obligó a volver a sentarse en el sillín, evitó la huída del líder del Euskaltel, en una etapa en la que miles de vascos esperaban ansiosos el paso de su nuevo ídolo. Pero, también, una vez más, volvió a fallar de forma espectacular en la ronda francesa el equipo de Manolo Saiz, antes ONCE y ahora Liberty Seguros. Roberto Heras, desconocido, también con la moral por los suelos, se dejó nada menos que 21 minutos en las cuestas del Plateau de Beille.

Como el viernes en La Mongie, Armstrong no tuvo necesidad alguna de atacar. Le bastó con que el portugués José Azevedo, el corredor que Saiz entregó al US Postal para abaratar el traspaso de Heras, marcase un ritmo brutal en los primeros kilómetros del Plateau de Beille. Así, fulminó a Jan Ullrich, quien por primera vez en todas sus participaciones en el Tour puede quedar apeado del podio de París. El alemán nunca ha acabado la carrera por debajo de la segunda posición. Sólo Basso, igual de fuerte, le aguantó, hasta el punto de ayudarse mutuamente en los relevos hasta la misma línea de meta.

"Lance es un rival, pero también es mi amigo. El año pasado trató de ficharme". El italiano, líder del potente CSC de Dinamarca, ya ganó hace dos años la clasificación de los jóvenes. "Por ahora, no renuncio a nada. Lucharé con Armstrong por ganar el Tour hasta el último momento. Si me siento fuerte, como ahora, trataré de atacar en los Alpes", admitió Basso. El italiano se encuentra en la tercera posición de la clasificación general a tan solo 1,17 minutos del tejano.

Pero Armstrong también subió preocupado por el Plateau de Beille. Y no era por los rivales. Demasiados aficionados vascos para él. El tejano recordó su caída del año pasado en Luz-Ardiden, cuando tropezó con el palo de una ikurriña. Lance temió ayer a la marea humana vestida de naranja, el color del Euskaltel, que había tomado la cumbre pirenaica. "Cruzar en medio de los vascos fue muy peligroso. Hemos pasado el pasillo sin matarnos".

A LA ESTELA DE LAS MOTOS Hasta prefirió relentizar un poco la marcha, según confesó. "Había tanta gente que era mejor subir a la estela de las motos de la organización que nos abrían paso, aunque fuéramos un poco más lentos". Pero, aún así, nadie, a excepción de Basso, osó seguirle. El austriaco Georg Totschnig, hasta ayer escalador de un día, le veía en la distancia. Y un poco más lejos, Mancebo y el alemán Andreas Klöden, decidido a quitarle a Ullrich la jefatura del T-Mobile. Y así apareció en la cumbre, para levantar los brazos y ganar la etapa.