Las estadísticas, la historia reciente del motociclismo mundial, los últimos 18 años, las cifras que tanto odian los deportistas dicen que ya no hay Mundial de MotoGP. Dicen que ya lo ha ganado el catalán Maverick Viñales y su Yamaha. No hay nada que hacer. En 9 de las 15 ocasiones que ha ocurrido lo mismo desde el 2002, el pájaro veloz que ha ganado tres de los primeros cinco grandes premios disputados (es decir, lo que ya ha hecho Viñales: Catar, Argentina y Francia) se ha proclamado flamante campeón del mundo aunque aún faltasen 16, 17 o 18 grandes premios para llegar al final.

Pero esas cosas, la verdad, no se las cree ni el candidato y líder ni, mucho menos, el todavía actual tricampeón, Márquez. Lo cierto es que Italia, Mugello, el jardín de Rossi, es un mundo especial. Aquí las motos vuelan. Creánlo. No hay sitio donde estas máquinas corran más. O tanto. Superan los 350 kilómetros por hora. Especialmente la Ducati, que supera en 10 kms/h. a las Honda de Márquez y Dani Pedrosa. Pero Mugello no es solo Ducati, 350 kms/h, vuelos rasantes. No. Mugello es un soberbio Viñales, que puede, sí, que acabe perdiendo el Mundial pero que, de momento, lo gana, lo lidera, lo comanda. Su pole fue estratosférica.

Mugello es, también, o, sobre todo, Valentino Rossi, 38 tacos, capitán de capitanes, icono, vecino del circuito, habitante de la primera fila de salida. Luce un casco en homenaje a Totti y al fallecido Hayden y, visto lo que ha hecho, no hay quien se crea que se cayó la pasada semana haciendo motocross, que pasó una noche en un hospital de Rimini, que los médicos dudaron si podía o no correr. ¡Vamos, hombre! ¡Venga ya! Y Mugello es Andrea Dovizioso, un maravilloso ser que siempre ha vivido a la sombra del piloto estrella de Ducati. Ahora, Jorge Lorenzo. Y Mugello es, el tricampeón mallorquín. Y Mugello es la pareja de Honda, Márquez y Dani Pedrosa. Y 130.000 tifosi, 129.500 de Rossi.