El gol lo marcó Álvaro Vázquez, el primero de los muchos que se le esperan a este interesantísimo delantero, pero el fútbol de ataque, absolutamente todo, pasó por las botas de Jorge Pombo, otra vez el mejor futbolista del Real Zaragoza. El tigre ha marcado territorio. Ya desde el pasado verano, cuando se apreció un cambio notable en su figura y personalidad. El zaragozano está alegre, disfruta jugando, es capaz de echarse el equipo a la espalda, una vez dominado ese impetuoso carácter que le ha acompañado durante toda su carrera deportiva. Ya no es un cabra loca, ni parecido. Hoy es un jugador descomunal, el mejor del equipo.

Pombo es y se siente importante. Sabe que el destino de su equipo pasará en gran parte por sus botas. Ni un pero hay que ponerle al tremendo atacante aragonés, que siempre fue un centrocampista y hoy es casi todo en el campo, tan capaz de aparecer en diferentes territorios, de destrozar defensas, como de generarse situaciones propias. Juega bien de espaldas, protege el balón como un veterano, tumba enemigos con dulzura en el regate, encuentra los espacios para el pase con la naturalidad de una superestrella, parte a los enemigos por la mitad arrancando desde la izquierda, va, vuelve, presiona...

Se diría que Pombo lo hace todo bien. A algunos les da por exigirle gol. Más gol. Si lo tuviera, si hiciera más sangre, sería un futbolista de selección española. No estaría en el Zaragoza hace rato, es decir. El gol de su equipo lo marcó Álvaro Vázquez después de un jugadón del tigre, otro, que el palo escupió hacia las botas del catalán, a quien ya se le había escapado antes un remate similar.

Se van a entender bien Pombo y Álvaro, seguro. Por decir, le puso un balón por arriba, así, tan fácil, sin necesidad de arabescos ni de mirar al tendido, que el atacante estuvo a punto de convertir con una vaselina a la media vuelta. Cuando Idiakez lo sacó del campo antes de que se cumpliese la hora de partido, Pombo fue un poco menos y el Zaragoza se alejó de la victoria. Nadie entendió ese cambio, ni su entrenador, que admitió que la entrada de Buff dejó a su equipo un buen rato desconectado. No solo no reconquistó el centro del campo, sino que le quitó un punto de fiereza al ataque. Malo fue que se marchara Álvaro. Pareció aún peor que entrara el suizo. En esta decisión tampoco hubo VAR, pero dejó al Zaragoza fuera de juego. Por ahí también se fueron dos puntos. Si se cuentan los dos que quiso demasiado tarde en Reus, ya son cuatro. Lleva uno más.

De vuelta a Pombo, Jiménez admitió que les había hecho «mucho daño» con sus inteligentes movimientos. «Sacaba a David García de su zona y nos provocaba fallos de coordinación», explicó el técnico, que quitó un defensa en el descanso para igualar el fútbol central y buscar otras superioridades. Las encontró, sobre todo, porque su movimiento de riesgo lo contrarrestó (es un decir) Idiakez mandando al lobo a la guarida. Después también sentó a Gual, el otro delantero. Se quedó solo el tigre, que aun así encontró el modo de regalar a sus nuevos compañeros opciones de triunfo. Ninguna llegó hasta Soro, todas a Buff, que las malgastó con extraño egoísmo. Hasta el final, todo el Zaragoza fue Pombo, desde ayer don Jorge Pombo.