Si Agatha Christie hubiera sido aficionada al ajedrez quizá hoy una de las grandes obras del género policiaco no se llamaría Diez negritos sino Diez peones, y lo sucedido este fin de semana en Tromso (Noruega) llevaría a pensar que alguien está reproduciendo los crímenes de la novela. Y es que si un jugador de ajedrez muere en plena partida durante las Olimpiadas de este deporte es impactante, pero que al día siguiente otro sea hallado muerto en la habitación de su hotel invita a llamar a la señora Fletcher.

Vaya por delante que la policía noruega tiene claro que aquí no se ha escrito ningún crimen, sino que se trata de dos muertes naturales. No pensaron lo mismo los participantes en el torneo cuando empezaron a escuchar gritos en el silencioso salón (que durante más de un siglo fue una fábrica de cerveza) en el que se han disputado 650 partidas en 12 días. Muchos pensaron en una amenaza de bomba confirmada días atrás por la Interpol, especialmente las jugadoras israelís, que inmediatamente emprendieron la huida.

Pronto supieron que el alboroto se debía al desplome contra el tablero del jugador de las Seychelles Kurt Meier, que estaba jugando contra Ruanda junto a su hijo, el cual presenció en directo el vano intento de reanimar, sin suerte, con un desfibrilador a su padre, que fue trasladado sin vida al hospital.