Zipi y Zape, les llamaban algunos, por aquello de que iban todo el día juntos, de que ambos son malagueños, de costumbres parecidas... Y de que son un tanto trastos, por explicar de manera dulce su talante polémico. Apoño y Aranda, Aranda y Apoño, dos futbolistas especiales, para lo bueno y para lo malo. Lo mejor, no cabe duda, lo tienen en sus pies.

El centrocampista, conflictivo aquí y allá, dejó en Zaragoza algún partido de sombrero y una amplia y variada colección de penaltis sin fallo. El delantero, genio desde siempre en el fútbol de la calle, se fue a mitad de campaña y dejó al Zaragoza desamparado. En ataque ya no fue lo que era, escuálido, hasta que el descenso se lo comió. Aranda confesaría luego su error al abandonar La Romareda y Zaragoza, "una ciudad futbolera".

Carlos Reina Aranda eligió hace años anteponer su segundo apellido como homenaje a su madre, fallecida en una triste tragedia que mezcló drogas y cáncer. Ha sido un muchacho de esos a los que les ponen la vida cuesta arriba desde el principio, siempre cerca de la cárcel, del odio, del robo, de la muerte. Fue Del Bosque quien hace muchos años le rescató del pozo, aunque su vida ha sido como su fútbol, trastabillado. La inestabilidad futbolística y emocional le ha llevado a pasar por ocho equipos de Primera División, una plusmarca histórica. Nadie, ni el trotamundos Miquel Soler, alcanzó esa cifra.

Las temporadas las resumen casi todas las aficiones que lo han tenido de idéntica manera. Veían llegar a un chaval con talento, se ilusionaban tras sus regates iniciales y se enfadaban tras sus primeros desaires, hasta que llegaban los rumores de su mala vida y el asunto se torcía. La historia, aderezada con lesiones conforme cumplió años, ha terminado por llevarle a Las Palmas, donde ha pasado otro tramo gris. Ha jugado poco y ha lucido menos, hasta las últimas jornadas, en las que ha adquirido tono físico y ha cobrado protagonismo en el juego. Hoy vuelve a La Romareda, que le silbó cuando se empeñó en marcharse al Granada "para estar más cerca de la familia" pero que reconoció y respetó su talento hasta ese último feo.

Bien diferente es el caso de Antonio Galdeano, Apoño de toda la vida. No ha habido lugar en el que no haya tenido grescas o incidentes, ya fuera con el entrenador, con la directiva o con la afición. O con todos. En La Rosaleda ya dejó una muestra de su exquisita educación la tarde en la que escupió a Ander Herrera a la cara en un Málaga-Zaragoza. Después, se enzarzó con Pellegrini en batallas de todo tipo que acabaron por llevarlo a la grada. Y de ahí, a Zaragoza, donde ofreció un buen rendimiento en sus primeros cinco meses y colaboró en la salvación.

En la segunda temporada ya nada fue lo mismo. Pronto se le empezó a acusar de pasar más tiempo en casinos y discotecas del que debería, a lo que se unió el notable bajón de su rendimiento en el campo. Manolo Jiménez probó a mimarlo y a castigarlo, pero no encontró la fórmula para recuperar su mejor fútbol. El final de la temporada, con el Real Zaragoza camino de Segunda y el malagueño haciendo desplantes, anunció el peligro. Llegaría a la vuelta del verano futbolístico, durante un entrenamiento de pretemporada que Paco Herrera tuvo que suspender después de que se produjeran graves aficionados entre el propio jugador, un amigo suyo y algunos aficionados en la Ciudad Deportiva. Fue su sentencia como zaragocista, que cerró con insultos y un corte de mangas. Para rematarlo, en Las Palmas manifestó que la afición del Zaragoza "es la peor". Después de la entrevista que concedió esta semana a este diario, se le han irritado en Canarias. Por lo que no dijo en esta frase, se supone: "Zaragoza es uno de los sitios donde menos he salido". Hoy podrá constatar de primera mano la huella que dejó.