Todo ocurrió ante los ojos de Tamim, el glorioso, el emir de Catar, cuyo retrato está por todo Doha. Es posible que, visto el espectáculo, sufridas las innumerables emociones que ofrecieron Andrea Dovizioso (Ducati) y Marc Márquez (Honda) en las últimas cinco vueltas, Tamim decida que también su imagen aparezca hoy por los rincones de este curioso país al que, ciertamente, las motos le importan bien poco, nada.

Pero es que lo que ocurrió ayer en la noche qatarí, bajo 450 millones de lumens, no fue un espectáculo cualquiera. Fue, sí, la tercera batalla, cuerpo a cuerpo, face to face, que Dovi le gana al nen de Cervera: Austria, Japón y ahora en Catar. Tres circuitos que no le gustan, que casi odia, Márquez. Tres victorias del subcampeón sobre el tetracampeón. Tres triunfos por centímetros. Por milésimas. Anoche, por 27 milésimas de segundo. Y todos después de una batalla apoteósica en la que Márquez echó el resto, en la que Dovi aguantó agarrándose al manillar de su Ducati como el gladiador sostiene su escudo, apretando los dientes, retorciendo el puño derecho del gas y, sí, a 350 kms/h, cronometrados.

No podía haber un preludio mejor, más grande, más vistoso, más glorioso ante el gran emir Tamim. Todo lo que ocurrió en las 21 vueltas precedentes fue puro calentamiento. Cierto, con enormes, tremendos, vistosos protagonistas secundarios desde el sensacional rockero Johann Zarco (Yamaha), el mejor rookie del 2017, el mejor telonero del 2018; como el abuelo Valentino Rossi (Yamaha), ¡que Dios le bendiga por muchos años más, y más, y más!, que peleó, con 39 años, por su podio 228 ¡y lo consiguió!; como el valiente Alex Rins (Suzuki), que tendrá grandes día de gloria este año y se cayó cuando iba a la caza del cajón; y esos robustos, fornidos, casi leñadores Cal Crutchlow (Honda) y Danilo Petrucci (Ducati), pilotos satélites que no respetan a sus jefes de fila.

Ellos calentaron el ambiente, ellos formaron la serpiente de colores vistosos, que se arrastraba por la pista a la velocidad del sonido. Pero ellos se sabían perdedores (o casi) ante la presencia de los dos dioses de este y del pasado año. Márquez, en terreno ajeno, en circuito odiado, en casa de Ducati y Yamaha, esperaba su momento en la segunda posición tras Zarco. Y Dovi calentaba la remontaba pausada, estudiada, estratégica, después de salvar una caída nada más arrancar.

APASIONANTE FESTIVAL FINAL / Cuando llegó la hora, es decir, a cinco vueltas del final, ahí estaba Zarco consciente de que iba a ser el pececito que devorarían los dos tiburones. Cuando Márquez vio llegar a Dovi pensó: «Me engancho a él y, en cuanto pase a Johann, me tiro tras él». Dicho y hecho, sí. Pero el italiano, con más motor y poder, se cenó a Zarco de un bocado; Marc tuvo que apretar de firme, chocar su carenado con el de Johann y hasta su rodilla izquierda con la rodilla derecha del francés. «Era eso o perder el podio». Y fue eso: coraje, determinación, ganas, ambición, aun sabiendo que corría en casa de Dovi. «Necesitaba el podio».

Y, luego, cómo no, volvió a aparecer, mientras los demás se conformaban y el mundo (más el de la tele que el directo) se disponía a asistir a otro final de infarto, el castillo de fuegos artificiales. El Cirque du soleil sobre ruedas. ¿Por qué? Porque «cuando Marc va detrás de ti -como dijo Dovizioso—sabes que la batalla no acabará hasta la bandera a cuadros. Marc no sabe lo que es entregar la cuchara». «Debía intentarlo, ¿no?». Y el tetracampeón se lanzó a por su amigo en la curva previa a meta. Le superó, pero el italiano se recuperó y la Ducati puso el resto de caballos, de velocidad punta y los dos cruzaron la meta en el mismo crono (42.34.654 contra 42.34.681 minutos) en el mismo metro.

Era el podio número 84 de Dovizioso en 275 carreras consecutivas. Andrea no se ha perdido ni una sola carrera desde que debutó en Italia 2001. Era el podio 103 de Márquez, en 169 carreras. ¡Increíble! Era el cajón 228 de Valentino Rossi, a los 39 años. Era Tamim, el glorioso asistiendo al mayor espectáculo del mundo. Más que ese Mundial que prepara para el 2022.