Boxeadores de todos los colores. Negros, blancos, camioneros, pescateros, profesores o, incluso, economistas. "Es un deporte muy completo, que me permite mantenerme en forma y el ambiente es muy bueno, mérito de la gente que lleva el gimnasio", explica Alberto Bellao, economista del Gobierno de Aragón. "La tranquilidad con la que subes al ring es absoluta. No te haces daño, yo no he visto nunca salir a nadie herido. El riesgo es mínimo y tú decides si quieres subir o no", alega.

Si una persona cultivada no encaja en el estereotipo del boxeador, la realidad lo destruye. "Parece que aquí haya solo matones", bromea Pablo Lanas, maestro, "aunque sí que da la impresión de que no pega ser profesor y boxear, pero a mí me viene muy bien. Luego voy muy relajado a clase. Es como el que hace yoga", añade. "Yo tengo gente de todo tipo. El boxeo es muy sacrificado y es cierto que la persona a la que le cuesta conseguir un plato de comida, tiene mucho más valor para sacrificarse, porque su vida es un sacrificio. Pero cualquiera lo puede practicar", analiza Escriche.

En cualquier caso, en el gimnasio todos son una piña. "El grupo que hay aquí es lo que más me gusta. Venimos a entretenernos. Cuando subes al ring, estás tú solo, pero en el resto del entrenamiento somos como un equipo", dice Sergio Martínez, teniente, sobre un deporte que considera noble. "En el ring, cuando acaban los 12 asaltos, ¿cómo acaban los boxeadores?, abrazándose. En un partido de fútbol no pasa", resalta el exboxeador Escriche.

Para López Bueno, de hecho, el boxeo no tiene nada de tosco. "Es todo dulzura. Yo estaba a gusto encima del ring, lo tenía todo, hubiera dado mi vida en él". Y añade: "Gracias al boxeo, en vez de acabar drogado o en la cárcel, ahora tengo una familia, un trabajo y mucha ilusión".