Habitación 314 de la MAZ. En la 316 está el montañero vasco Juanito Oiarzabal, el jefe , maldiciendo la coronación del K-2, que, sin duda, le va a costar un montón de falanges de sus pies. Edurne Pasaban, simplemente, se lamenta de su estado --ella también será operada, seguro-- y ambos viven como tigres enjaulados, contando, borrando los días que aún les quedan, víctimas de las congelaciones que les provocó, hace poco más de una semana, hollar el temible K-2, de 8.611 metros.

--¿De verdad vale la pena tanto sacrificio, tanto dolor?

--Cuando planeas una expedición, cuando te pones en marcha, cuando llegas a la montaña, cuando construyes poco a poco los campamentos, cuando asciendes día a día, cuando protagonizas el ataque, cuando coronas la cumbre o cuando ayudas a tus compañeros a lograr el objetivo, ni lo piensas. Es evidente que conoces los riesgos que corres, pero hay tantas cosas que te cautivan, que te compensan, que ni te lo planteas.

--¿Es la primera vez que sufre congelaciones?

--No, en el 2000, cuando intenté el ataque al Everest, ya se me congeló el dedo gordo y el tercer dedo del pie izquierdo, los mismos que ahora corro el peligro de perder. Entonces los salvé sin problemas, y esta vez parece que el doctor Kiko Aguirre deberá recortar algún trozo en septiembre. No sé, esperemos que pueda salvar los dos.

--¿Usted sentía que se le estaban congelando los pies?

--Allí arriba, a 27 grados bajo cero, no sientes nada. Bueno, sí, pierdes algo de sensibilidad, pero tiras hacia arriba porque no hay más remedio. Yo llevaba unos guantes finos y otros más gruesos en las manos y dos calcetines y las botas en cada pie. Y, mira por dónde, durante el descenso perdí el guante grueso de la mano derecha y no me pasó nada en los dedos. Perdí sensibilidad en las yemas, eso sí, y aún no los siento, pero no sufrí congelaciones. Es algo inexplicable.

--¿Cual fue el problema entonces?

--No fue uno, fueron varios. Primero, que el ataque se hizo larguísimo, interminable. Estuvimos 24 horas, cuando teníamos planeado hacerlo en la mitad de tiempo. Estuvimos demasiado expuestos al frío. La nieve nos llegaba por la cintura y, si no te vas hidratando continuamente, descongelando nieve y bebiendo, puedes sufrir congelaciones con facilidad. A mí, además, me salieron ampollas en los dos pies y, cuando estallaron, dejaron todos los dedos en carne viva con peligro de infección, y eso es lo peor, horrible.

--Ni Juan Vallejo ni Mikel Zabalza, que les acompañaron y triunfaron con ustedes, sufrieron congelaciones. También eso resulta inexplicable.

--Sí, pero cada cuerpo es distinto, cada montañero se cuida de una forma, cada uno es un mundo. Por ejemplo, Juanito, que es un monstruo, puede que lleve demasiado tiempo empalmando una expedición y otra. Es tan bestia que aún no han pasado cuatro meses y ya está, de nuevo, en el monte y, claro, así es imposible curarse de nada. Hay que darle tiempo al cuerpo para que se recupere y eso, con Juanito, es imposible.

--¿Cómo fueron las horas posteriores a conseguir la cima?

--Duras, desagradables, interminables, para olvidar, sobre todo porque Juanito lo pasó muy mal, se perdió y si no hubiese sido por Ferran Latorre, un catalán majísimo que salió a por él, posiblemente no sé si se hubiese salvado. Yo sólo recuerdo que, cuando llegué al campamento, Mikel se levantó toda su ropa, su camiseta y jersey para que ocultara mis pies sobre su pecho y darme calor. Recuerdo que le gritaba ´¡Mikel, dame calor, dame calor!´. Y, de pronto, cuando me saqué las botas ví el destrozo que se avecinaba. Pero, bueno, habíamos conseguido el objetivo.

--¿Qué le da la montaña, el monte como usted le llama, que no le den otras actividades, otras cosas?

--¿Se lo digo?: ¡Amigos, los mejores amigos de tu vida! Mire, nadie habla de Ferran. Y, aunque fuimos cuatro los que coronamos el K-2, nosotros siempre diremos que fuimos cinco, ¡porque fuimos cinco! Sin él, Juanito no hubiese regresado, yo me hubiera congelado aún más y, quién sabe, la expedición tal vez no hubiese triunfado. Y él, Ferran, se sacrificó por todos nosotros, renunciando a su ascensión al día siguiente. Eso, amigo, no se ve todos los días. Eso sólo ocurre en el monte . Y, sólo por eso, por conocer a gente como Ferran, vale la pena apuntarse a esto. Yo sé que con Ferran me puedo ir a cualquier lugar del mundo, pues sé, porque lo he vivido, que nunca me dejará sola.

--¿Así de grande es su amistad?

--Así de grande es la montaña. Tener esos amigos, disfrutar de ellos, de sus experiencias, de sus charlas, de sus conocimientos. Todo eso no lo cambio por los 14 ochomiles . Cuando pienso que hay gente que se apunta a expediciones sola, absolutamente sola, y que cuando llega al campamento base conoce a un polaco, un húngaro, un francés y un sueco empiezan la ascensión pienso ¿pero, bueno, esa gente va a jugarse la vida por ti? ¡Ya, seguro!. La relación que surge en la montaña es única, irremplazable. Es de complicidad total.

--De los 14 ochomiles que hay en el mundo, usted ya tiene la mitad. ¿Le tienta conseguirlos todos?

--Pues no, no me tienta. Pensar en conquistar los 14 ochomiles me impediría soñar con otras cosas y soy demasiado joven como para dejar de imaginarme sueños y centrarme únicamente en esas conquistas. Tengo una pareja y, como todos, hacemos nuestros planes. No quiero dejar de hacer planes al margen del monte . Por ejemplo, ser madre. Quién sabe, tal vez lo decida pronto. O no, pero ése puede ser uno de los sueños que no estoy dispuesta a aparcar por alcanzar la cima, por seguir sumando ochomiles en mi carrera.

--Más sueños, cuénteme algún sueño más.

--Me haría mucha ilusión recorrer Mongolia en bicicleta, pasearme por Mongolia en bicicleta, algo que seguro que es fantástico.

--¿Cuántas veces le dijo a sus compañeros que abandonaba?

--Pues varias, muchas. Todos decimos ¡basta! alguna vez. Pero para eso están los amigos, para animarte en la tienda y decirte ¡venga, Edurne, cómo vas a dejarlo! y la depre se te pasa de golpe. No hay nada como el hombro de un amigo para echar unas lagrimitas.

--Y, en casa, ¿qué dicen en casa?

--Pues ¡qué van a decir!. Están preocupados, demasiado creo yo, innecesariamente preocupados. A menudo pienso que siguen creyendo que soy una niña, su niña . A menudo pienso en llevarme a mi madre a una expedición para que vea cómo me muevo en el campamento base, para que compruebe cómo me tratan mis compañeros allí, cómo soy uno más del grupo, cómo confían en mí, cómo... Algún día la convenceré para hacerlo.

--Y papá, ¿qué dice papá?

--Yo era la ingeniera de proyectos de su fábrica y me marché. Fue muy duro para él y para mí, pero yo debía escoger, y elegí algo que a él no le gustó. Pero me quiere mucho y me apoya, ¡vaya si me apoya!