Llegó Salvador García Puig, Salva, al Zaragoza con solo 21 años (Sant Adriá de Besós, 4-3-61) en el verano de 1982 y pronto se convirtió en indiscutible en la defensa de aquel Zaragoza de Beenhakker. En dos años fue internacional absoluto, jugó la final de la Eurocopa y el Barcelona le obligó a regresar con un conflicto que acabó en los tribunales.

—¿Dónde fueron sus primeros pasos en el fútbol en Barcelona?

—En el colegio, como casi todos. Estudiaba en el San Gabriel, que tenía un equipo que en mi época era muy reconocido, aunque ahora algo menos, pero entonces el Barça y nosotros ganábamos todo en la ciudad. Teníamos buen equipo y estuve hasta infantiles, jugando hasta el Campeonato de España y siendo subcampeones tras el Sevilla. Después, ya me fichó el Barça, estuve los años de juveniles y dos temporadas en el filial, en el Barça Atlético que se llamaba entonces. Y, con 21 años, ya llegué al Zaragoza.

—Era la temporada 82-83 cuando aterriza en La Romareda.

—Sí, voy en el traspaso de Pichi Alonso y comentaban entonces que estábamos Totó, Ramírez, Saura y yo incluidos en la operación. La verdad es que no sé cuántos fuimos en ella, solo sé que me fui al Zaragoza en esa negociación. También se dijo que iba cedido y cuando fui allí no lo hice con la impresión de ir solo a una cesión, al contrario.

—¿Qué le convenció para venir?

—Yo entrenaba desde juveniles con el primer equipo y había jugado amistosos del Barça. Entonces, en la operación de Pichi ofrecieron a jugadores del primer equipo y Beenhakker no quiso a ninguno, nos vino a ver un par de partidos al Barça Atlético y le gusté. Y había poco que pensar, ya que el Zaragoza era un equipo de categoría, siempre en la parte de arriba de la tabla y viendo que era una petición del míster no lo dudé y fui encantado. También influyó Víctor Muñoz. De hecho, fue el que me introdujo un poco en el Zaragoza y en la ciudad, lo conocía del Barcelona y él empezaba la pretemporada más tarde, así que me hizo de cicerone los primeros días para enseñarme todo. Le estaré siempre agradecido por ello.

—El Zaragoza tenía muy buen equipo entonces...

—Sí, estaban Amarilla, Güerri, Señor o Valdano y llegaron Barbas y Pedro Herrera a la vez que yo. Un equipazo, vamos. Yo jugaba en defensa con Morgado y en la derecha estaba Casuco y, a mitad de temporada, llegó García Cortés. Era una buena defensa también. Barbas cogía el medio, Señor jugaba un poco más libre y Güerri y Herrera en las bandas. Cuánto fútbol había ahí...

—¿Quién le llamaba más la atención nada más llegar?

—Todos, es que yo era muy joven, solo 21 años, y aprendí mucho de todos. Pero Barbas era fantástico, entonces era una estrella de la selección argentina que dio un rendimiento brutal.

—¿Y con quién tenía la mejor relación en esa plantilla?

—Con varios. Morgado me ayudó mucho, era más veterano y yo empezaba, me dio muchos consejos y muy buenos. Güerri era muy buena persona. Con Señor, con Vitaller, con Casuco... Había un gran ambiente.

—Aquel Zaragoza jugaba bien, pero faltaba empaque para aspirar a los puestos más altos, para luchar por la Liga.

—Recuerdo que en la 82-83 íbamos al final de la primera vuelta terceros, jugando de maravilla y empatados con el Barcelona. En La Romareda ganábamos a todos, aunque fuera algo menos. Nos faltaba ese puntito más de nivel para estar peleando con los más grandes, pero teníamos un equipazo. No nos veíamos inferiores a nadie.

—El presidente, Armando Sisqués, dijo que aquel Zaragoza iba a ser mejor que el de Los Magníficos. No se cumplió el augurio.

—No sé si llegábamos a tanto (sonríe), pero sí sé que fue una época magnífica y que la gente disfrutaba mucho con su equipo porque jugábamos muy bien. Para mí éramos el equipo que mejor fútbol hacía en España de largo.

—¿Qué recuerdo le queda de Armando Sisqués?

—Inmejorable. Don Armando fue presidente los dos años que estuve allí y solo puedo hablar maravillas de él, con un trato excelente siempre. Era un caballero, una gran persona con una educación exquisita.

—Beenhakker también fue su único entrenador aquí en esos dos años.

—Un innovador, sin duda. Un técnico muy inteligente, que trabajaba bien los partidos, con un esquema de juego que propuso un fútbol ambicioso y que gustaba. De los mejores entrenadores que he tenido, fue el primero como profesional tras estar en la cantera del Barça, donde estás más protegido y para mí fue de gran ayuda. Mi trato con él y mi entrada en el equipo como novato no pudieron ser mejores.

—¿Un partido con el que se quede de su época aquí?

—Con muchos, aquel 7-2 al Racing fue un partidazo, pero recuerdo muy buenos partidos. Ese fue muy llamativo por el marcador.

—71 partidos en dos años, 67 de titular. Jugo mucho aquí...

—Creo que di un buen nivel. Es que en la primera temporada ya empecé a ir a la selección, tras ir a la sub-21 un partido ya siendo jugador del Zaragoza. Creo que debuté contra Francia en París en octubre del 83, con Miguel Muñoz y de ayudante estaba Vicente Miera. Yo estaba en el banquillo en aquel partido contra Malta del 12-1.

—Se puede decir que Zaragoza le puso en el primer nivel.

—Sí. Pasé del filial del Barcelona a jugar en Primera con regularidad en pocos meses. Era un recién llegado y me convertí en un jugador de la máxima categoría en el Zaragoza.

—En aquella plantilla hubo después conflictos con Valdano y Amarilla con sus salidas.

—Porque eran jugadores muy cotizados, de hecho Amarilla vino un poco a solucionar mi tema, cuando me obligaron a fichar por el Barcelona y el Zaragoza recurrió.

—Se pegó un año sin jugar por aquel conflicto que llegó en 1984. ¿Cuál es su versión de lo que sucedió entonces?

—Había renovado tres años con el Zaragoza y pasó lo de Valdano y su fichaje por el Madrid. El Barcelona tenía una opción de compra y me da la sensación de que fue una operación un poco premeditada con la idea de hacerme volver. Es que después de salir yo de allí y hacerlo bien en el Zaragoza el Barça tuvo muchos palos, porque además los centrales no estaban en su mejor nivel, con Migueli acabando su carrera y Alexanco no demasiado bien visto.

—Y todo acaba en los tribunales, con usted en medio de una guerra entre dos clubs.

—La Federación Española de Fútbol me obligó a fichar por el Barcelona y después el juez le dio la razón al Zaragoza. Y mientras tanto yo no podía jugar ni en uno ni en otro lado, era algo bastante incomprensible.

—¿Es verdad que llegó a decir que solo si le llevaba la Guardia Civil iría al Zaragoza?

—No, no fue así. Y estoy harto de comentarlo a los que me lo dicen. Es un tema que me indigna, la gente de Zaragoza que me conoce sabe que soy incapaz de decir eso en el sentido que se hizo ver. Soy un tipo muy agradecido y nunca diría algo así. Fue una rueda de prensa y el periodista de Barcelona me hizo, tras salir la noticia de que el juez daba la razón al Zaragoza, hasta cinco veces seguidas la misma pregunta, ‘pero ¿tú eres jugador del Barça o te tienes que ir allí?’, me decía. Yo al final dije que si me venía a buscar la Guardia Civil pues me iría a Zaragoza, pero no diciendo que bajo ningún concepto me iría o que me tendría que llevar la Guardia Civil arrastrándome allí.

—El contexto de la frase es muy diferente, está claro.

—Es que, ¿cómo puedo hablar mal yo del Zaragoza, que me dio la oportunidad siendo tan joven y que gracias a ese club llegué a la selección tras dos años maravillosos? Sería ridículo. Lo que me molesta es que han pasado casi 35 años y aún la gente piensa que hablaba mal del Zaragoza. Yo era feliz allí. Había triunfado en la Eurocopa, jugando los últimos partidos tras la lesión de Goikoetxea, incluida la final perdida contra Francia, y el Barcelona movió los hilos para que regresara. Si no fue ni mi decisión... Recuerdo que hice la pretemporada con el Zaragoza y estaba en el trofeo de verano. Estando cambiándome para jugar y llegó un telegrama prohibiéndome hacerlo.

—La víctima fue usted, que se pasó un año sin jugar. ¿Qué supuso todo ese tiempo parado?

—Como pasa tantas veces, dos se pelean y recibe el que no tiene nada que ver. Ese año sin jugar me cortó mi carrera de raíz. Pasé de jugar la final de la Eurocopa con España y de ser un central cotizado a no disputar ni un minuto. Aquel conflicto con mi salida me destrozó, a nivel personal fue duro, porque iba a entrenar con el Barcelona y veía las noticias que si era del Zaragoza, que si el juez, que si me tenía que ir... Me empecé a lesionar por la propia presión mental y la ansiedad. Fue un desastre todo lo que pasó.

—Se arregló con el fichaje de Amarilla por el Barcelona en el verano de 1985.

—Sí, ficharon a Amarilla en parte también para que el Zaragoza retirara la denuncia y ya se normalizara todo. Fue una cosa rara, de verdad, para no entender nada desde fuera.

—Cinco años después volvería a jugar en La Romareda, entonces vistiendo la camiseta del Logroñés. ¿Se acuerda de lo que sucedió ese día?

—Sí, la pitada fue enorme. Fue un recibimiento muy malo y lo sentí con mucha pena, pero de verdad que entendía la situación, que si a la gente le sacas los titulares de la Guardia Civil sintiera que es de ser un desagradecido. Comprendo la postura del público, pero es que no se correspondía a lo que yo había dicho. Sin embargo, así de dura es la vida del profesional.

—¿Con quién conserva relación de la gente que conoció en su estancia en Zaragoza?

—Con algunos compañeros de aquella plantilla la tengo puntualmente. Tengo muchas amistades al margen del fútbol en Zaragoza, que procuro mantener, aunque ahora hace tiempo que no voy a la ciudad. De pequeño me enseñaron a ser educado y agradecido, allí me trataron muy bien y siempre he querido mantener ese vínculo.

—¿Qué significa en su carrera el Zaragoza?

—Yo he sido culé desde pequeño, eso está claro, pero el Zaragoza es el que me cambió la vida, el que me hizo ser el futbolista que fui.

—El Zaragoza de la actualidad tiene poco que ver con el que conoció usted, ya que lleva seis temporadas seguidas en Segunda ¿Lo sigue?

—Sí, todo lo que puedo. Es una pena que lleve tantos años en Segunda, con tantos problemas, con tantas deudas y todo eso. No sé las causas porque no estoy dentro, pero el Zaragoza que yo viví es el que estaba peleando por estar entre los mejores de España, codeándose cerca de los grandes, y a mí me duelen los ojos de verlo ahora así. Es que antes de mi llegada y también después ese equipo tuvo años muy buenos, con títulos, con leyendas, siendo un club muy respetado.

—¿A qué se dedica ahora?

—Me retiré tras la 91-92 después de destrozarme la rodilla en Logroño y no he tenido mucha relación con el fútbol, más allá de colaboraciones con algunos medios y ahora estoy en Barça TV. No aspiré nunca a ser entrenador o director deportivo, me dediqué a otras cosas. En concreto a un negocio de escuelas de idiomas, gabinetes de psicología o logopedias. En el mundo de la enseñanza es donde me ha llevado la vida tras el fútbol.