—Se retiró en verano con 40 años y no para de vivir el fútbol.

—Me he dado cuenta de que no estoy para esto. Siempre he llevado una rutina y se me hacía pesado el hecho de no hacer nada y he empezado tres cursos en la Federación: el de Gestión de Entidades Deportivas con Cuartero, el de Entrenador de Nivel 1 y en febrero comencé también con el de Director Deportivo.

—¿Alguno en especial?

—Nunca digas nunca, pero entrenador no me gustaría ser. He empezado con el nivel uno por tenerlo. Si luego veo que me engancha, estudiaría para sacarme el resto de títulos y poder ejercer, pero a día de hoy, estoy enfocado en los otros dos cursos y a partir de ahí veré qué me gusta más.

—Coincidió con los primeros años de Agapito Iglesias y vio con sus propios ojos el paso del cielo a los infiernos del Real Zaragoza.

— Totalmente. Vine del Ajax, que me ofreció renovar por tres años, pero dije que no. Me llamó Víctor Fernández, con quien ya había coincidido en el Celta en Vigo, y me dijo que había un proyecto ilusionante y que no me iba a arrepentir. El primer año entramos en UEFA y, en el segundo, nos dieron una bofetada en toda la cara y se consumó un descenso que no quisimos ver nadie.

—¿Podía intuir que se llegaría a esta situación por el soriano?

—Intuir como tal, no, porque puedes conocer a una persona, pero conoces la parte que te toca a ti. Luego, cada uno en su vida tiene una forma de manejar las cosas. No estás pendiente de él porque más que personal, la relación es profesional. En ese aspecto, la relación profesional de Agapito Iglesias era muy buena con todos los jugadores.

—Y eso que comenzó bien el proyecto, ¿llegaron a soñar con la Champions en su primera temporada en el club?

—Sí, porque nos veíamos fuertes y teníamos un equipazo, pero la verdad es que no nos esperábamos que ya en el primer año entráramos en la UEFA a pesar de tener un buen proyecto.

—En su segundo año en el Real Zaragoza se consumó un inesperado descenso. ¿Cómo un equipo destinado a pelear en Europa acaba bajando?

—Fue un error que cometen muchos clubs. Los jugadores nos pensábamos que las cosas nos iban mal, pero como jugábamos UEFA... A lo que nos quisimos dar cuenta en la Liga, que realmente es lo que le da de comer siempre a un club, ya fue tarde. Aún así pensábamos que, con el equipo que teníamos, el siguiente partido en casa lo ganábamos. Y era así todas las jornadas. Pero por unas causas u otras los resultados no salían. También hubo muchas riñas y discusiones y no quisimos ver que peleábamos por otro objetivo totalmente distinto al del comienzo de la temporada.

—¿Cuál cree que fue el punto de inflexión?

—No lo recuerdo como tal, pero aunque no se diga, uno está en el vestuario y sabe lo que los otros compañeros piensan. Lo ves en las caras y en las sensaciones todos días. Cuando un equipo no está acostumbrado a pelear por no bajar, en estas situaciones es el que más sufre. Este año lo estamos viendo con el Valencia. Es el reflejo de que cuando unos equipos ven que no les salen las cosas bien y se meten cerca del descenso… El que está acostumbrado más o menos sabe cómo lidiar con esas situaciones.

—En la décima jornada iban séptimos. Después sumaron nueve jornadas seguidas sin ganar y echaron a Víctor Fernández.

—Me pregunto si en el fútbol existe la paciencia. Pero también pienso que cuando un club hace un proyecto importante en el que se gasta dinero y se quieren hacer las cosas bien, el directivo lo que quiere son resultados inmediatos. Muchas veces la paciencia es una virtud, y puede salir mal, pero darle tiempo a un entrenador y que los jugadores sepan que solo va a haber uno, es algo que se está perdiendo en el fútbol.

—A falta de uno tuvieron cuatro en aquella temporada.

—Llega un punto en el que uno piensa es que están trayendo entrenadores por traer. Veo bien que si las cosas van mal que cambien, eso es lícito, pero cuando hay más de dos entrenadores en un mismo año, peligro.

—¿Cuánto daño les hizo la eliminación con el Aris?

—Mucho. Más de lo que la gente pueda pensar. Cuando crees que eres favorito y pierdes, al final afecta. Los jugadores profesionales, muchas veces salimos ante la prensa y siempre intentamos sacar el lado positivo, aunque por dentro pensamos otra cosa distinta y somos conscientes de que ciertas cosas no las podemos o debemos decir. La realidad es que nos hizo mucho daño.

—Y llegó el descenso en Mallorca. ¿Cómo recuerda aquel día?

—Creo que ya estábamos descendidos. Pensaba que, independientemente de lo que hiciéramos, el otro partido (Recreativo-Valladolid) iba a acabar como nosotros.

—Sobre el tema de los amaños, sigue abierto el caso del Levante-Real Zaragoza.

—Está siendo una pesadilla para todos. Queremos que acabe ya y que nos dejen tranquilos de una vez. Son demasiados años y va siendo hora de que se cierre el caso. Además, estoy convencido de que nos van a dar la razón, no puede salir otra cosa.

—A veces el fútbol se reduce a un estado de ánimo más que a la calidad. Aquel Real Zaragoza lleno de buenos jugadores bajó y usted, por ejemplo, metió al modesto Levante en Europa.

—Yo lo tengo claro. Lo que me ha demostrado el fútbol tras estos últimos años en el Levante es que los objetivos se cumplen en el vestuario, desde la armonía, desde no tener egos, no creerse más importante que otro, darlo todo en los entrenamientos o irse a comer todo el equipo. Hoy en día, en el fútbol eso no existe porque para la prensa los jugadores son casi intocables, cuando debería ser todo lo contrario, deberían ser accesibles porque también cobramos por ello. Evidentemente, el aspecto económico importa, pero el hecho de que el Levante se mantuviera y peleara con un presupuesto bajo, para mí ha sido un milagro.

—¿Qué recuerdos guarda de Zaragoza?

—Buenos. La ciudad me acogió muy bien y, aunque se sufrió un descenso, estuve muy a gusto. Tenía mi grupo de amigos pero al descender, estaba claro que significaba cambiar de aires. Tanto a César como a mí nos apartaron y nos forzaron a irnos.

—¿Qué ha podido fallar desde que se marchó?

—Desde la distancia es complicado, pero creo que hay un grupo de gente muy interesante que está armando el club y desde la humildad están haciendo las cosas. Hay que darles tiempo y, al final, el tiempo y la dedicación tienen que dar sus frutos.

—¿Cómo ve al equipo?

—Creo que este año hay ilusión, pero es muy difícil ascender en una Liga en la que parten como posibles candidatos muchos equipos. Hay que darle tiempo.

—Pocos pueden decir que han jugado un Mundial. ¿Cómo lo recuerda?

—Es lo máximo a lo que aspira cualquier jugador profesional. Hay pasos previos como jugar en Primera, mantenerse arriba pero, al final, cuando uno ya lleva unos años, lo que quieres y lo máximo a lo que aspiras es jugar un torneo importante a nivel internacional y si ya es un Mundial, es la mayor satisfacción que cualquier profesional puede tener. Eso sí, pienso que los que más lo disfrutan son los familiares porque entrenas todos los días, estás pendiente de los partidos y los familiares disfrutan el Mundial de otra manera. Nunca he vivido algo similar. Cuando estuve lo viví mucho, con mucha emoción.

—¿Qué recuerda con más cariño de esos días?

—Un poco todo. La gente y el ambiente eran increíbles. Sigo pensando que si no hubiera sido por Al Ghandour, quizá no hubiéramos llegado a la final, pero seguro que hubiéramos pasado de cuartos por primera vez en la historia en Corea. Había una buena mezcla de jóvenes con mucha ilusión con veteranos.

—¿Todavía tiene pesadillas con Al Ghandour?

—Sí, porque soy de los que piensan que los jugadores de los equipos grandes tienen más posibilidades de ir a un Mundial. A pesar de que estaba en el Celta y veníamos haciendo unos años increíbles, no tienes las mismas posibilidades. La sensación es que se me escapaba la oportunidad de mi vida. Era consciente de que era posible que solo jugara un Mundial y, además, me dolió la eliminación.

—Usted de niño se crió en Orriols, llega a profesional y mete a su equipo en Europa por primera vez en la historia. Eso son palabras mayores.

—Es mi mayor satisfacción, junto con haber ascendido al Levante cuando vine y haber jugado un Mundial. He tenido la fortuna de haber sido aficionado del Levante antes de ser jugador, iba a verlo desde los siete años. Imagínate lo que es entrar en competiciones europeas para un club que todos los años peleaba por no descender. No nos lo creíamos y el discurso cambió en las últimas jornadas porque no podías decir que el objetivo era la salvación porque la gente no es tonta y estábamos a más de veinte puntos.

—Vestir la camiseta de su equipo, ¿da un plus extra a la hora de salir al campo?

—He intentado defender todos los colores con la misma honradez, ilusión y dedicación. En algunos casos ha salido bien y en otros no tanto, pero al final soy una persona y no un robot, pero mis colores son los del Levante.

—Una vez comentó que solo ha besado dos escudos, que son el del Levante y el del Celta.

—El Celta es como mi casa. Sigo teniendo casa allí y el trato y la gente es excelente. Me siento querido y, más allá de unas cosas u otras, cuando te dejas todo en el campo, puedes ir con la cabeza alta independientemente de que salga bien o mal.

—¿Qué tal sus experiencias en el extranjero?

—Muy bien, tanto en Estambul, como en Amsterdam como en Atenas. Todo genial, sin ninguna pega tanto a nivel personal como profesional. Además, enriquece a nivel cultural y aprendes idiomas.

—¿Cuál es su peor recuerdo como futbolista?

—Los descensos, lo tengo claro. Ningún aficionado se puede llegar a imaginar lo que un jugador vive con un descenso, aunque no todos los jugadores lo viven de la misma forma. Estoy muy agradecido a todos los clubs en los que he jugado porque me han dado de comer y descender con cualquiera de esos equipos ha sido durísimo y te deja machacado.

—Sabe que no es muy habitual ver jugadores con 40 años al máximo nivel.

—El fútbol es cada vez más físico y tienes que estar preparado, tanto físicamente como mentalmente, pero uno siempre tiene ese espíritu de jugar, jugar y jugar. Me siento un afortunado porque me he retirado jugando con 40 años.

—¿Es el fútbol lo más especial de su vida?

—Es lo único que he hecho desde pequeño y lo único que sé hacer y por lo que tengo devoción. Hay unos que juegan al fútbol porque les gusta y otros, por diferentes motivos, pero yo soy uno de los que vive por y para el fútbol. El hecho de haber estado 23 años como profesional me ha aportado una serie de cosas que no quiero perder.