Cada día un jurado del Tour elige al corredor más combativo del día. Y en la despedida de los Pirineos el premio le correspondió a Mikel Landa, quien recuperó la sonrisa que perdió el lunes cuando Barguil lo arrojó al prado. «Espero que no tenga que lamentar los 2.20 minutos que perdí en Albi». Sin eso, Landa estaría en los mismos tiempos de los perseguidores de Alaphilippe.

Landa tiene un problema y es que alguno de los corredores que lo preceden en la general, desde el líder a Buchmann, casi invisible pero que está ahí, puede fallar, sobre todo a partir del jueves en los Alpes. Pero todos a la vez se supone una hazaña muy complicada. Sin embargo, el Movistar actuó camino de Foix como si la vida y el Tour se acabasen en la cumbre de Prat d’Albis. No fue una ofensiva para ganar la etapa porque para ello les habría bastado controlar la etapa y atacar al final, en los últimos tres o cuatro kilómetros. El Movistar, el mismo que se lió el sábado camino del Tourmalet, preparó una estrategia para poner la ronda francesa patas arriba.

«Preparamos la estrategia aunque nos costó mucho romper la carrera porque todos intuyeron nuestros planes», explicó Landa. Colocaron a Nairo en la escapada porque sabían que físicamente no estaba lo fino que todos deseaban. Pero los enemigos no iban a permitir que la escapada, con Quintana presente, alcanzase unos minutos de escándalo. Hubo un instante, durante la subida a Lers, el segundo puerto de la jornada, en el que el ciclista colombiano llegó a estar colocado provisionalmente en la segunda plaza de la general.

Pero el protagonista del Movistar no iba a ser Quintana, sino Landa. «En el Tourmalet me quedé vacío pero aquí había que intentarlo». Landa contaba que tenía decidido atacar en el Muro de Péguère, a 40 kilómetros de la meta. «El landismo no ha muerto. Ganar sé que es difícil pero el podio todavía está a mi alcance», justificó el corredor alavés al referirse al landismo, una doctrina ciclista que indica que siempre hay que confiar en él, aunque lo tenga difícil.