—¿Por qué era el ‘Jabalí’?

—Cuando subí al primer equipo del Oviedo en una jugada que un balón se iba fuera acabé estampado contra una valla. Esteban me dijo ‘pareces un jabalí’. El apodo lo tenía casi fijo y, en la cantera del Madrid, un comentarista me puso uno que no me gustó y le dije que me llamara Jabalí. Lo adopté como marca personal.

—Nunca se le perdonó en Oviedo que se fuera en el 2003, con el equipo descendido a Tercera.

—Es que la gente opina sin saber. El equipo baja a Segunda B por resultados y a Tercera por impagos. Denunció toda la plantilla, pero yo no, ya que aún tiene el club una deuda conmigo. En Tercera no me podía quedar teniendo cosas del Madrid para el filial y ofertas de Segunda. De hecho, hubo opción de volver allí tras salir de Zaragoza y el presidente salió a decir que no había denunciado. Pero ni aun así.

—Usted jugó el partido en Oviedo de la explosión de Cani.

—Sí, pero de aquel día me quedé con Espadas, pensábamos que era central y creímos que el Zaragoza iba a poner cinco defensas y lo vimos de delantero... Nos quedamos a cuadros. A Cani lo tenía visto desde el caño a Reiziger.

—Se va al Madrid y después llega a Getafe. ¿Cómo le fue por allí?

—En el Madrid debuté en Copa en Leganés. Fue la de los Galácticos, la que les quitó Galletti. Tenía prima por haber jugado dos partidos y hubiera sido campeón, pero me quedé sin ambas cosas. Maldije varias veces al Zaragoza y a Galletti. Viví dos años buenos en la cantera del Madrid, estuve en dinámica de primer equipo y a punto de debutar en Champions con Queiroz. En el Getafe el primer año con Schuster fue la explosión de Pernía y jugué 7 partidos. En la temporada siguiente, estaba para irme al Nástic, se lesionó el lateral y me tocó jugar varios partidos difíciles. Me salieron bien, el equipo ganaba y funcionaba, llegamos a la final de Copa con un Sevilla en decadencia. Era el momento de ganar y fue el partido donde más futbolista me sentí, pero no lo logramos.

—Llega al Zaragoza en el 2007 como una petición de Víctor.

—Pero no sabía nada del Zaragoza, el único contacto es que Víctor en el partido en Getafe me preguntó si me gustaría ir a Zaragoza. Le dije que claro. Y ya no supe nada más. Al irme de vacaciones a Asturias me dijo mi repre que me diera la vuelta que tenía que firmar. Víctor fue uno de los que apostó fuerte por mí.

—La primera temporada aquí se baja con un equipo hecho para la Champions. ¿Cómo lo vivió?

—En lo personal y en lo colectivo fue una temporada complicada, en el reconocimiento médico aquí me detectaron una desinserción en el aductor, con una baja de cuatro meses. Deciden firmarme pese a eso y hago un año bueno pese al descalabro general. Dije cuando echaron a Víctor que ese Zaragoza se hizo con fichajes pedidos por él y para su estilo. Jabo fue una solución de emergencia sin resultado. No se acertó.

—¿Cómo era ese vestuario?

—La única pelea fue la que se vio, de Aimar y D’Alessandro, pero no había malas relaciones, sí grupos, porque cada uno tenía sus tres o cuatro amigos. No había equipo y al empezar a ir mal las cosas nadie dijo que nos estábamos confundiendo. Faltaron unidad y diálogo. Y nunca caímos en descenso, estaba ahí cerca la zona pero parecía que no iba a pasar por la gente que había: Aimar, Milito, Ayala, Oliveira... Y Matuzalem se notó mucho su baja, porque era un futbolista descomunal. Yo había estado con Zidane pero en verano al ver a Matu pensé que era un avión. Se lesionó y ves por qué un jugador así no llega a lo más alto. Hizo una recuperación a su estilo, cuando quería, no cogió ni nivel, ni ganas, ni ilusión.

—Del descenso queda su imagen en Son Moix llorando.

-Es que llegué con mucha ilusión. Al fichar sabía que mi nombre estaba sonando para la selección, que no había un lateral izquierdo claro. Había dos nombres, Capdevila y yo, y se optó por él porque era un jugador más formado, jugó y ganó la Eurocopa y yo me fui a Segunda. Pero sobre todo es que siempre me he sentido con conciencia moral de los sitios donde estoy. Y eso fue un fracaso. Yo tenía un contrato y lo iba a cumplir, a las buenas o a las malas. Ese verano hubo una oferta del Sevilla, pero le dije a mi repre que yo no iba a forzar por irme ni a pedir salir y ellos al final firmaron a Fernando Navarro.

—Tras el descenso, el Zaragoza mantiene el nivel de gasto, pero en Segunda.

—Creo que si está como está ahora es en parte por esos dos años. Fichas altísimas, opciones como la de Oliveira, se firmaron jugadores por la cláusula o pagando mucho, un entrenador como Marcelino que era el segundo más caro de España... Una inversión que se puede entender por la necesidad para subir. Se logró pero arrastró una deuda que metió al club en una espiral complicada.

—¿Qué opinión le queda de Agapito Iglesias?

—A mí se me ha tachado de ser defensor de él, de ser de sus cercanos. Él hizo lo que la gente quería. A Soláns se le pedía que tirase de dinero y él firmó jugadores de nivel, salió mal la temporada y se puso dinero para ese ascenso. Luego, a toro pasado, sabes más cosas, de movimientos de jugadores, de lo que se prometía y no se cobraba. El Agapito del año siete en el club ya había cambiado mucho. Pasó de ser un presidente con ilusión a salir y a recuperar el dinero como fuera. El resultado de su era es muy malo. ¿Si es el peor presidente en la historia del club? Los resultados económicos, sobre todo, y los deportivos así lo marcan.

—¿Cómo vivió ser un descarte con Marcelino y con Gay?

—Con Marcelino fue con el que más jugué aquí, en Segunda casi todo. Me gusta como entrenador tácticamente, pero no la forma de tratar al jugador. No creo que sea buena persona, no me gusta su manera de llevar el vestuario. Dicen que ha cambiado, aunque lo dudo. Marcelino me aparta porque en mí ve a alguien que le cuestiona y prefiere uno más manejable. Tras el ascenso, le dije al club que no tenía problema en irme y estuve a punto de salir al Hércules. Hubo otra opción, pero el club no quiso. Y al final me quedé, porque yo confiaba en mí. Discutí fuerte con Marcelino y le dije que iba a acabar jugando. A los pocos partidos, dos de los descartados ese verano, Pulido y yo, ya jugamos.

—¿Y con Aurelio Gay?

—A mí en verano me dice que no voy a ser el titular y que iba a jugar Obradovic. Le digo que me iré si encuentro algo que me gusta. Hubo un incidente en un entrenamiento, que se quedó en nada, ni siquiera en un expediente sancionador, que se inició pero que no se continuó porque también por parte de Aurelio hubo cierta responsabilidad.

—Con Javier Aguirre y Manolo Jiménez sí jugó mucho.

—Javier es un tipo muy tranquilo pero sobre todo es un motivador nato. Es muy culto, me hubiera gustado mantener después más contacto con él, porque sabes que puedes aprender mucho de alguien así. Recuerdo que antes del partido del Madrid, estaba leyendo, porque leía mucho, y esperábamos la charla. Levantó la mirada y dijo ‘que queréis que os diga, que jugáis en el Bernabéu, disfrutadlo’. Y eso es algo que me echo yo en cara, no haber disfrutado más de mi etapa como jugador.

—El carácter de Manolo Jiménez era muy distinto al de Aguirre.

—Cuando llegó, la situación era muy mala, pero empezó a imprimir carácter y rabia, aunque los resultados no se daban. A él lo veías con el afán de que se podía e hizo la rueda de prensa de Málaga en la que nos echa toda la presión para los jugadores. El equipo desde ahí reaccionó, pero tuvo una pizca de suerte: la primera victoria es en la Agapirada ante el Villarreal, el triunfo en Mestalla, el del Atlético...

—‘Agapitadas’ y ‘Agapiradas’. ¿Cómo las vivía?

—Agapitadas hubo muchas. Yo siempre decía que desconcentraban al equipo, que a la afición no le queda otra que apoyar y después manifestarse como quiera. Aquello no ayudaba a los jugadores, pero eran tiempos duros.

—Tiempos de permanencias agónicas en Valencia o en Getafe. Al partido ante el Levante se le ha puesto la sombra del amaño, con un proceso judicial.

—Todo el procedimiento ha sido incómodo para todos, es algo que no te gusta. Ahora está recurrido, pero poco camino le resta. Todo se va a quedar más limpio en el aspecto judicial. En el aspecto emocional aquellas dos salvaciones me quitaron diez años de vida. No recuerdo mayor tensión, fueron semanas muy duras.

—Vivió dos descensos en el Zaragoza. ¿Qué diferenció el del 2008 del de 2013?

—Uno fue inesperado y el otro hasta aceptado, aunque en diciembre de esa temporada nadie lo podía pensar. El segundo, cuando llevabas años coqueteando, es algo que te puede tocar. Algunos lo vieron hasta necesario y también condujo al cambio de propiedad, para buscar una regeneración que está siendo larga.

—¿Con qué entrenador se queda en su carrera?

—Con Schuster y con Luis César, al que tuve en Albacete. De aquí, haría un conglomerado: la templanza y el buen trato de Aguirre, el carácter y el competir de Jiménez, la forma de jugar de Víctor... El que juntaba un poco todo era Villanova, pero lo tuve poco.

—¿En su currículum pone que fue central o lateral?

—Al final me sentía más central, pero en Albacete me volvieron a recolocar de lateral y disfruté. Para el juego de Primera, que necesitas centrales rápidos y que vayan al corte, me encontraba a gusto. Yo en el juego aéreo frontal era muy bueno. Recuerdo que Negredo en un partido no me ganó una pelota. Era en el centro lateral donde era más débil.

—¿Irse despedido en febrero del 2014 es una espina clavada?

—Por supuesto. Alguien que está siete años en un club y por todo lo que había dado, no solo deportivamente, también al enfrentarme a situaciones difíciles, no merece un final así. Si cuando el club entró en concurso me tuve que dedicar a llevar a jugadores a que firmaran cantidades y no ponía las que les debían y les explicaba que iban a cobrar todo... Y todo por una persona que no buscaba lo mejor para el club sino para él. Y todo con mentiras.

—Habla de García Pitarch.

—Su objetivo fue reventar el vestuario. Cuando entró le di todas las facilidades en su llegada porque yo tenía peso en ese vestuario. Ves su evolución y que su interés era personal e hizo la solicitud de compra. Hasta puede ser que quisiera no subir para que el club valiera menos. Con mi despido y el de Movilla lo que buscó era quitar a dos que podían plantarle cara con los impagos. Esa polémica fue de locos y afectó al vestuario. Pero le daba igual.

—Acabó en una demanda por ese despido. ¿Fue doloroso?

—Mucho. Además, con quien tuve que acabar discutiendo el despido fue con la nueva propiedad y tengo buena relación con ellos. Se llegó a un acuerdo, pero cambiaría la denuncia y todo por seguir en el club, haberme retirado aquí y no irme a entrenar a Tudela o a Teruel o marcharme solo sin mi familia a Albacete, aunque eso fuera una gran experiencia.

—¿Cómo juzga la labor de la nueva propiedad?

—Cuando entran, el equipo estaba a punto de desaparecer y hay que agradecerles que pusieran un dinero en algo que no tiene un rendimiento inmediato. El Zaragoza es el presupuesto 14 de Segunda y todo lo que consiga por encima de ahí es un acierto. Ahora en el fútbol los presupuestos funcionan y son vitales. Si nos fijamos en los equipos que bajan de Primera, suelen ascender dos. Subir es complicado y lo que necesitamos en esta ciudad, que es algo difícil, es una torta de realidad. De saber qué es lo que hay. Esta temporada se han hecho las cosas serias y bien con un equipo que en dos o tres años puede funcionar y luchar por ese ascenso.

—Pero la afición arrastra ya casi cinco años ya en Segunda.

—Sí pero antes llenos de vaivenes y cambios, donde hasta se rozó subir en la promoción (14-15). El Zaragoza necesita una estabilidad, tranquilidad, que los jugadores firmen contratos largos, buscar la mejora cada año al cambiar tres o cuatro, no quince. Hay que ponerse delante de la gente y decirles que no somos el equipo de la Recopa y sí un club con 80 millones de deuda. Si no hay estabilidad puede ser que suene la flauta, pero es vital esa calma. Yo estoy seguro de que el año que viene habrá mejor equipo.

—¿Qué lugar ocupa el Zaragoza en su corazón?

—Es con quien más he vivido, me he formado y he sufrido. El Oviedo es el amor de mi vida, la chica que con 12 años ya piensas que te vas a casar. Después viene la guapa del instituto que te vuelve loco pero ves que eres poco para ella. Sería el Madrid. El Getafe es la mujer de 22 que está bien y les encanta a tus padres, pero aparece el Zaragoza te enamoras, te casas, tienes hijos y quieres ya estar toda la vida. Pero acabas a leches y separado aunque llega una última con la que pasas dos años estupendos, el Albacete. Al Zaragoza le guardo un cariño enorme, pero a mí me habría gustado acabar mi carrera en el Oviedo.