—Llega al Zaragoza para jugar en el Deportivo Aragón en el verano de 1986. ¿Qué recuerdos tiene de entonces?

—Vine desde el primer equipo del Nástic. Fue Avelino Chaves el primero que me vino a buscar, mi primer contacto con el Zaragoza, y yo ya había debutado en el Nástic con Xabier Azkargorta. Recuerdo la ilusión cuando vino Avelino y hablamos a nivel particular porque por entonces los representantes no existían. Fue una gran sorpresa que el Zaragoza apostara así por mí. La intención era que trabajara con el filial pensando en el primer equipo, y no iba mal encaminado Avelino en su apuesta, como quedó demostrado después.

—¿Se acuerda de su debut?

—Sí, claro, lo recuerdo bien, con Manolo Villanova y empatamos en el Pizjuán contra el Sevilla. En el primer año que llegué al Aragón estaba Carlos Casaus y en la 87-88 estábamos haciendo con Sigi una buena temporada, luchando por subir a Segunda. Luis Costa me dijo varias veces que le gustaba, que quería contar conmigo, pero la plantilla era muy larga. Suele pasar que cuando hay reveses de algunos y las cosas no van bien pues tienen las oportunidades otros. Eso me pasó a mí, se dieron las circunstancias para que me llegara la ocasión y cuando Manolo cogió el equipo nos la dio a varios, a mí, a Villarroya, a Tejero y a Isidro Villanova.

—Rijkaard estaba en ese Zaragoza. ¿Cómo lo recuerda?

—Tenía una calidad tremenda. Vino a terminar de hacer la recuperación, a coger minutos, era un crack, un fenómeno, como luego demostró en el Milan. En el Zaragoza jugaba de central líbero, pero cuando pasó al mediocampo lo hacía igual de bien o mejor.

—En 1988 llega Antic, con quien luego coincidió en el Atlético.

—Aquí fue el primer equipo que cogía en España e hicimos una buena campaña, acabamos en Europa y haciendo un buen fútbol. Mi experiencia con él siempre fue buena. Más que duro, es un entrenador estricto. Es exigente dentro y fuera, pide que el jugador tenga carácter y compromiso. Con él jugué mucho y en toda mi carrera también, no me puedo quejar en ese sentido.

—Con el tiempo su forma de jugar cambió, pasó de ser más ofensivo a un centrocampista más trabajador y táctico, ¿no?

—Sí, es verdad. En el Zaragoza lo hice más para construir juego, era un centrocampista más ofensivo, y en el Atlético me tuve que adaptar a otro rol. Si ves que hay uno que es un fenómeno, te tienes que hacer a otra posición. En el Atlético tuve que adaptar un papel más defensivo.

—Entre los que fueron sus compañeros tenía fama de tímido, de introvertido. ¿Lo era?

—Quizás sí. Por de donde venía, por mis orígenes, el ser de pueblo, me costaba más abrirme. La timidez se acaba cuando coges la confianza con la gente que estás a gusto. Quizá con alguno fui más frío, pero siempre intenté llevarme bien con todos. No era una persona difícil de tratar en un vestuario, ni mucho menos.

—En la segunda campaña con Antic, en la 89-90, las cosas no fueron bien, hubo problemas en el vestuario del técnico con veteranos como Cedrún o Señor.

—Fue un año más difícil. Cuando uno se va haciendo mayor cree que tiene la posibilidad de jugar, cuenta con la experiencia y la veteranía y choca más con los entrenadores. Nos ha pasado a todos. En el global recuerdo todos esos años de forma grata, hubo altibajos, pero en líneas generales me sentí muy bien.

—Aquel Zaragoza de 1990 tenía jugadores apetecibles.

—Sí, acabamos la temporada y Villarroya firmó por el Madrid y Juanito por el Atlético. Yo en teoría tenía que seguir ahí y renovar. Siempre digo que las cosas pasan por algo. No llegamos a un acuerdo, yo creía que tenía que recibir unas cantidades y ellos pensaban de otra manera. Al final, resultó que pensaban igual que yo, pero por mi cabezonería dije que me quedaba igual que estaba, porque las cosas no podían cambiar tanto de un mes a otro. Y el Atlético al final tuve la suerte de que me vino a buscar para ficharme.

—¿Por qué se dijo que su renovación con el Zaragoza estaba supeditada a una enfermedad?

—Tonterías, solo tonterías. Con el tiempo te tranquilizas y ves las cosas con otra perspectiva, pero fue difícil. La gente de la casa, y yo me consideraba como tal porque llevaba desde el filial, pues tiene que darlo todo y a la hora de valorarte no lo hacen, prefieren a alguien que tenga más nombre. No hubo enfermedad, tenía un prolapso en la válvula mitral, un mes antes me habían hecho las pruebas médicas y nadie me comentó nada. Y cuando llegué al Atlético para pasar la revisión me lo detectaron. Se dijo entonces que mi renovación en el Zaragoza estaba supeditada a ese problema que ni me habían comentado. Quedó como una anécdota y en mi carrera no me repercutió, pude seguir jugando con total normalidad.

—El Atlético pagó 50 millones por usted, su cláusula, poco para un jugador que después rindió muy bien y fue internacional.

—Hablar de poco o mucho es como todo, depende del valor que le quieran dar. Por mi manera de ser me veía capacitado para estar ahí muchos años, pero hubo ese tira y afloja y tuve que salir. Al Zaragoza le estaré agradecido siempre. No guardo rencor a nadie, ni a Zalba ni a nadie. El club está por encima de las personas, cada uno toma sus decisiones, y yo el cariño siempre se lo he tenido enorme a la entidad. En ese momento no me fui con la espina clavada, pero sí con fastidio. No entendía por qué un mes me dijeron una cosa y al mes siguiente me cambiaron todo. Pero hay que viajar en el tiempo para recordar las cosas buenas. Para las cosas malas, nada.

—En el Nástic se forma y en el Atlético de Madrid triunfa. ¿Qué lugar ocupa el Zaragoza en su carrera?

—Además, estuve dos años en Valladolid y guardo también un grato recuerdo. En Zaragoza fueron mis comienzos, me sentí de maravilla. Mis cuatro años allí fueron formidables. No solo en el club, también en el trato con la calle, me sentía como en mi segunda casa. Sigo siendo del Zaragoza, aunque haya gente que todavía recuerde el cómo me fui, pero llevo muy dentro este club, todo lo que me dio y eso no me lo va a quitar nadie.

—Fue el club que lo puso en primera línea, ¿no?

—Claro, el que me dio la oportunidad, eso no se olvida nunca, es un valor inmenso. Y tampoco a la gente a la que estoy muy agradecido. Sobre todo a Avelino Chaves, a Manolo Villanova, a Sigi... Fueron muy importantes en mi carrera y cuando los veo siento una alegría y un agradecimiento inmenso hacia ellos.

—¿A quién recuerda con más cariño?

—A todos ellos y a más gente. Por ejemplo a Ildo Maneiro. Solo estuve con él un mes, fue fantástico y me dio todo el apoyo, porque vio que el Atlético era una gran oportunidad para mí aunque para él era un tremendo fastidio porque iba a ser importante en su esquema, por mi manera de jugar. Ildo me demostró que no hace falta estar mucho tiempo para ganarse el cariño y el aprecio de una persona.

—Se va, el Zaragoza regatea el descenso la temporada siguiente y luego llega una época espléndida, con la Recopa como colofón. ¿Sintió envidia sana desde la distancia?

—También me fue bien a mí en el Atlético, pero se hizo un gran Zaragoza y yo me alegro siempre de que le pase el bien a la gente de al lado. Si acaso tuve envidia sana por lo que lograron y por cómo jugaba aquel equipo, con gente que conocía bien como Cedrún, Pardeza, Higuera, Belsué…

—Ahora la realidad es muy diferente, en Segunda, estando lejos de ascender y con una época llena de problemas en la historia reciente. ¿Cómo lo ve desde la distancia?

—Sí, ahora es mucho más triste, lleva unos años con las cosas muy complicadas, cada campaña la planificación es para lograr el ascenso y al final se tuercen las cosas. No hay más que ver lo que ha pasado esta temporada, lo dura y difícil que ha sido. A mí el Zaragoza actual me da tristeza, pero sobre todo rabia. Es una ciudad señorial, con una gente magnífica, con un club que se merece estar en Primera. Fastidia verlo ahí.

—Salir del pozo de Segunda con una deuda tan elevada como la del Zaragoza es complicado. ¿Cuál es su receta?

—La crisis afecta a mucha gente y a muchos clubs. Cuando el tema económico está complicado hay que confiar en los de la casa, pero no hay que esperar ni a que llegue esa crisis para ver que hay muchos valores en los chicos de la cantera. Pero siempre cuesta confiar. Yo viví un Zaragoza con muchos canteranos, nos dieron la oportunidad a varios en una temporada complicada y en el filial estábamos un grupo bueno, donde muchos demostramos que podíamos tener un hueco. ¿Por qué cuando las cosas van bien no se confía más en la gente de casa sin esperar a que las cosas vayan mal? En Zaragoza, en Aragón, siempre han salido buenos jugadores, lo triste es que se tengan que ir fuera de casa a jugar.

—Fue 15 veces internacional absoluto, ganó una Liga, tres Copas, 450 partidos de profesional entre Primera y Segunda… ¿Acabó satisfecho de su carrera?

—Sí, para mí es para sentirse satisfecho. Le di mucho valor en su día y le sigo dando, aunque sobre todo tengo la conciencia tranquila de haberlo dado todo. Tengo esa satisfacción, que para mí es tan importante o más que los títulos que haya podido ganar.

—Ahora es tercer entrenador del Atlético de Madrid con Diego Simeone, con el que ya fueron compañeros como jugadores. ¿Cómo es trabajar con él?

—Algo excelente, claro que sí. Lo tuve de compañero, sé cómo piensa, cómo trabaja, la intensidad y el carácter que tiene. Conozco su forma de ser, es exigente y un trabajador intenso. De Simeone lo que más destaco es su implicación en el día a día, la ilusión que traslada a su entorno, el cómo vive y cómo transmite las cosas. Su discurso, su forma de ser y de actuar calan mucho en los jugadores.

—Al Atlético le ha faltado lograr el título de la Champions, pero está viviendo una época fabulosa, compitiendo al mismo nivel que Real Madrid y Barcelona.

—En eso tiene mucha culpa Simeone y por supuesto también es posible con una plantilla que como grupo humano es excepcional, no solo a nivel futbolístico. Nos ha faltado ese pasito final, pero la época actual del Atlético es espléndida, para mí la mejor de toda su historia.