Cualquiera hubiese dicho que era el último tramo del campeonato, que el Zaragoza andaba ya buscándole el sentido al ascenso. Pero no, era solo la décima jornada y La Romareda reventó en sonoridad, a ratos en estruendo, otros en armonía, para intentar tumbar al líder, ese Osasuna que un día fue buen amigo, que hoy es enemigo íntimo. La gente entiende bien los mensajes cuando se los dicen claritos, cuando se los cuentan sin los eufemismos de los últimos años. No hacen falta circunloquios cuando el equipo aprieta y juega, o viceversa. Cuando transmite, el asunto va rápido de boca en boca. Se escucha en el bar que este equipo es bien majo, o lo cuenta el vecino. Bien se sabe que si el Zaragoza le pone carácter al asunto y, además, tiene gusto por el balón, a la peña se le afila el morro pronto. Así que van casi el doble al campo, gritan desde un par de horas antes, creen hasta el final. No ganó el Zaragoza, no, pero este equipo va camino de conseguir una victoria manifiesta en la grada. De momento, ha despertado a mucha gente que andaba adormilada, amodorrada mejor, a la espera de que alguien le alegrara la vida.

Mereció más nota la hinchada que el equipo, un tanto deslumbrado por el ambiente. Se notó al principio de cada periodo, cuando el Osasuna fue mejor, por carácter y por peso en el juego. Quizá le abrumó al Zaragoza la responsabilidad de saber que se le viene todo un pueblo detrás. Si sigue así, pueden tener todos bien claro, los que se sobrecogieron y los que no, que el estrépito irá en aumento. En sus botas estará el nivel de ruido que quieran en La Romareda, que acobarda al más pintado pero tiene la influencia justa en el marcador.

Bien visto, al Zaragoza le sumó un punto su gente, muy por encima de su equipo en cuanto a corazón, fe y ambición. Cuando fue creciendo el Osasuna, que progresó persistente hasta el gol del empate, la grada sostuvo a sus hombres, a buenos ratos desalentados por su propio fútbol. Cuando faltó el aire, lo puso su hinchada. Debe saber el equipo, no obstante, que La Romareda da alas, repone fuerzas, renueva energías... Pero no tiene capacidad para quitarle el balón a Fran Mérida y Roberto Torres. Esa tarea corresponde a los futbolistas, que se alejaron del triunfo en la segunda parte al condensar su juego en campo propio, expuestos a cualquier desaire. Llegó en un córner. Pudo ser antes, la verdad. También después. Conformes pues.

A la gente no le hizo gracia el empate, pero tampoco se equiparó a la amargura de tardes negras. Dolió el cambio de Febas, que no entendió ni blas, y lo que pasó después pareció en buena parte consecuencia de esa decisión de González, que ayer ahuecó al leridano bien pronto y le regaló otro rato al esporádico Buff. La afición le soltó un buen aplauso al suizo, pero su ojito derecho es Febas, que ganará unos cuantos partidos con el rugido de La Romareda a su espalda. Lo cambiaron y pareció que al equipo le arrancaban medio corazón. Más hecho a partidos grandes, lo sujetó el estadio, que también empieza a adorar a Delmás. Representa esos valores de nobleza con los que tanto se identifica el pueblo. Es impetuoso, valeroso, corajudo, bien parecido a la agitada grada que ayer lo espoleó. Dijo esto Natxo González después: «Esta afición es muy grande. Ojalá este ambiente tenga continuidad porque es fantástico». En sus manos está... y en sus cambios.