¿Para qué sirven los partidos amistosos y las concentraciones? En Holanda, para nada. Sin una idea clara, improvisando, presa de la confusión, en función del resultado y de las circunstancias, se presentó ayer en el torneo y arañó un punto a Alemania a última hora (1-1) en un duelo que fue creciendo en emoción con el paso de los minutos. Holanda apeló a la pasión y al censurable código del balón a olla, echándose en brazos de dos veteranos que marchan cuesta abajo (Overmars y Van Hooijdonk) y confiando en el instinto depredador de Van Nistelrooy, en su único remate a portería.

Una alineación dice muchas cosas, y los gestos de los jugadores en el campo completan el mensaje. Holanda no salió a buscar la victoria y, lógicamente, no la encontró. De vez en cuando, por azar, por error ajeno, o gracias a la tutela divina, un equipo que sale a evitar la derrota se da de bruces con el triunfo. Cuando se quitó el horroroso disfraz de equipo cobardón, se limpió la camiseta, y fue a por el partido, volvió a ser el once naranja reconocible ante una Alemania que no está para tirar cohetes, aunque acabará donde siempre: en la fase decisiva.

UN SELLO AUN VIGENTE Holanda aún conserva el sello del juego atractivo, ofensivo y demás virtudes asociadas a una apuesta arriesgada. Pero ese sello cada vez es más difuso. Entre que escasea el talento y predomina el miedo --justificado, por cierto, tras sonoros fracasos recientes--, el once neerlandés jugó asustado ante una Alemania que no es el ogro del pasado. Los germanos no presumen de nada y, por tanto, nada se les exige. Se adaptan a cada época, sin dejarse influir por lo que hacen los demás. También pecaron por eso, y dejaron escapar la victoria, porque no supo salir de atrás cuando Holanda empezó a presionar.

Advocaat cambió dos veces de sistema. En contra de lo hablado con sus hombres, plantó un 4-2-3-1 con seis futbolistas zurdos y un doble pivote formado por Cocu y Davids. Si ellos debían construir el juego, iba apañado porque precisamente esa virtud no la poseen ninguno de los dos. Que ayer lo hiciera, tiene delito. El gol de Frings a la media hora, fue un castigo merecido porque eso le obligó a cambiarlo todo, a dar marcha atrás y a recurrir a lo que había despreciado: a jugar el balón, a la profundidad, a los extremos (entraron Overmars y Sneijder por Davids y Zenden).

Alemania ni pestañeó. Ordenada atrás, con poca floritura y menos riesgos. La organización por encima de todo. Tampoco se distinguió por las ideas futbolísticas en un once de trabajadores disciplinados, que hacen de la regularidad su tradicional característica. No tienen ninguno que frecuente el excelente, ni tampoco el muy deficiente.

La apuesta táctica de Völler fue la misma que la de Advocaat, pero poseía a los hombres indicados para jugar con constancia. Otro gallo le habría cantado si hubiera empezado perdiendo, pero eso no sucedió. A diferencia de Holanda, dispone del recurso en las acciones estratégicas. Cada falta, cada córner, fue una ocasión de peligro.

CAMBIO DE IMAGEN La traición de Holanda a sus rasgos de identidad fue evidente en la segunda mitad, que no admitió comparación con la primera. La imagen que dio fue mucho más satisfactoria. Poco a poco fue comiendo metros al rival. Overmars generó mayores espacios a Van Nistelrooy y Van Hooijdonk. De un centro desde la banda de Van der Meyde llegó el gol del empate del delantero del Manchester, un bello tanto de cuchara.