Los triunfos en el fútbol atemperan el alma propia, calman a las fieras, generan confianza hacia dentro y hacia fuera y suavizan los contextos, y al del Real Zaragoza empezaba a hacerle falta por varios casos entre bambalinas. Es lo que ha sucedido tras la primera victoria de la temporada contra el Alavés, que ha logrado un efecto apaciguador aunque no sea más que una. Todo parece mejor que antes del sábado. Hay razones para pensarlo. La portería a cero de nuevo, el manejo de la segunda parte, el olfato goleador de Borja, la polivalencia de Cabrera, las cualidades de Willian José, la agitación de Eldin o la sobriedad de Dorca, un jugador que no es brillante pero que ha sorprendido por su capacidad para hacer bien muchas cosas a la vez.

Dorca se ha colgado a su espalda el cartel de indiscutible titular en un mes. Su pieza como ancla del centro del campo y zurda de precisión para encontrar pases entre líneas ha encajado pronto en el engranaje colectivo. De forma natural también, el otro puesto en el mediocentro ha sido desde el principio para Galarreta, intocable por cuestión de talento, aunque en su caso todavía haya un importante trecho entre lo que potencialmente tiene y lo que ya ha dado.

Hasta ahora, a Galarreta le ha perjudicado la dificultad del equipo para conservar el balón y manejarlo. Sin embargo, el mediocentro ha sabido adaptarse a ese ecosistema: a pesar de su escaso físico, es un hombre que batalla y trabaja para el resto. Ha caído de pie en La Romareda porque los futbolistas como él siempre reciben mimos. Esa limpieza de pase y esa clarividencia gustan. Que el Zaragoza siga subiendo escalones en adelante seguramente irá relacionado, entre otras, con dos variables: que tenga más la pelota y que Galarreta la tenga más también.