Que tiemble el entrenador, que tiemblen los jugadores, porque el silogismo no falla. Cada vez que el público del Príncipe Felipe abronca al palco, y ayer lo hizo especialmente y con fueras, fueras continuos, el club echa a la calle a alguien. La semana pasada le tocó a Diego Ciorciari. Que nadie esté tranquilo, que todo el mundo mire debajo de la cama antes de irse a dormir, porque la china le puede caer a cualquiera. Al de la mopa, a una cheerleader , al portero del pabellón, a uno que pase por allí, a un americano, al técnico. La patética derrota de ayer ante el Murcia, en un atentado deportivo contra la creatividad, ha vuelto a dejar a Quintana en la cuerda floja sólo dos semanas después de que el club le otorgara una confianza "duradera", que así la catalogó.

Porque algo hay que hacer. A alguien hay que traer, a alguien hay que despedir, que debe ser que si pasas más de una semana sin fichar, te multan. Después de dos años y cuatro meses de convivencia, el divorcio entre la afición más paciente del mundo y el CAI es total. El público se ha cansado de que le vendan duros a cuatro pesetas, que le expliquen el cuento de Caperucita todos los años, que la mejor plantilla de la LEB no valga en un mes y medio y ha empezado a exigir responsabilidades. Ayer sacó de nuevo pañuelos contra el palco, recriminó a la plantilla y al técnico con una pitada y ovacionó a Turner, un genio de 40 años que algún osado quiso ver cojo, con el corazón en una mano y con la otra buscando al culpable.

La crisis en la que está inmerso el CAI le ha llevado hasta las profundidades de la Liga (es decimotercero, a cinco victorias del Menorca, un equipo que ficha calidad a buen precio) y ha situado al club en el momento de mayor gravedad de su corta historia.

LA PARADOJA DE BORJA El equipo no funciona, da encefalograma plano. La sexta derrota de la temporada dejó un ejemplo gráfico de lo que sucede. Borja Fernández, que tiene un contrato de dos meses, que no ha hecho pretemporada y que no había encontrado equipo cuando el CAI lo reclamó, fue el mejor. Y cuando eso sucede, cuando el último de la clase se convierte en el alumno aventajado, es que todo falla.

Sobre todo, fallaron los dos americanos. En otro ejercicio de desgana, de desidia, en otro partido hiriente, John Brown, que va a tener que hacer horas extras para pagar las multas del club, volvió a dejar en mal lugar a quien lo fichó y, como no quiere ser menos, también está en la cuerda floja. Brown y su compatriota (un Reynolds activo pero desafortunado) fueron un lastre pesadísimo para un equipo que quiere, pero no puede, en el que debutó Roberto Núñez, un base que es escolta.

Así, con Galilea sentado otra vez siete minutos en el último cuarto sin explicación alguna, y con Lescano luchando solo contra el mundo, el Murcia lo tuvo sencillo. Abrió una brecha de nueve puntos cuando faltaban siete minutos para el final (50-59), se burló de la zona del CAI con dos triples seguidos, se llevó el partido con elegancia y dejó en su camino un equipo malherido... y alguna víctima segura.