Todos los elogios que se puedan lanzar sobre Quini parecen pocos. «¡Cómo no lo iba a querer todo el mundo si solo hacía el bien, si era pura bondad, si atendía y ayudaba a todo el mundo! ¡Claro que fue uno de los seres más queridos del mundo!», exclamó el capellán del Sporting de Gijón, su amigo y compañero Fernando Fueyo. «Yo no juraba por Dios y Quini, tampoco. Yo juraba por Quini y él juraba por Fueyo», relató el sacerdote en la COPE pensando ya en el multitudinario funeral de El Molinón, estadio que pasará a llamarse Enrique Castro Quini.

Ese Quini, al que todos califican como un ser entrañable, cercano, alegre, simpático, cómplice, deportista, generoso, amable, divertido, «que jamás rechazó un saludo, un abrazo, una conversación», según cuenta José Ignacio Churruca, el extremo izquierdo que tantos centros de gol le dio al Brujo, era también, cuentan todos, el bromista más sarcástico y duro que vestuario alguno había conocido. «Sí, sí, era así, ¡cómo no!, pero como también era muy miedoso, nosotros, de vez en cuando, nos vengábamos de él, uno de nosotros se escondía en el armario de la habitación del hotel donde estábamos hospedados y, de pronto, le dábamos un susto enorme», explica Joaquín Alonso, otras estrella de aquel Sporting.

«¿Bromista?, tremendo, sí, único, todo el día estaba de buen humor, con sus frases, anécdotas, recuerdos y bromas. Una vez, no hace tanto, estuve a punto de no poder hacer la misa del domingo en El Molinón pues él se bebió todo el vino y ¡menuda me lió!», recuerda el capellán Fueyo.

Dani Ruiz Bazán, un grande del Athletic, reconoce que Quini ha sido su «mejor amigo de toda la vida. Si necesitabas algo, lo tenías. Era único». «Era un ser íntegro», repite Churruca. «Eso sí, tremendamente competitivo. Tenía el gol en la cabeza todo el día. Vivía para y por el gol. Si marcaba, era una maravilla. Si no marcaba, no había broma que le levantase el humor».