Duele a la vista, en el orgullo y en el corazón ver la clasificación y el lugar que ocupa actualmente el Zaragoza. Es la consecuencia de un equipo y un entrenador que no terminan de encontrar el camino. Muchos son los males. Si no fuera así, la situación sería más amable y no tan temerosa. Porque la realidad, por desgracia, infunde miedo en grandes cantidades.

Se juegue mejor o peor, el Zaragoza no le gana a casi nadie. Siempre se rememora el triunfo en Oviedo, pero a este paso va a quedar en el recuerdo del abuelo cebolleta, es decir, muy lejano; tanto cuesta hasta contar el número de jornadas que se acumulan con solo una victoria. Y fue ante el Nástic de Tarragona, el colista y un equipo de sensaciones ínfimas. Esa es la terrible y trágica realidad en estos momentos de zozobra, desencanto y falta de un rumbo esperanzador.

A vueltas se estuvo con el rombo y el sistema. Ese era el debate, porque no estaba funcionando y porque parecía que había que jugar así por decreto. Ni Idiakez tampoco cuajaba. Se fulminó el sistema y se hizo lo propio con el entrenador. El resultado, hasta el momento, es de cuatro puntos de 15 posibles. Una victoria ante el colista y un empate remontando con convicción y corazón. Y ya.

Es imposible estar obligado a marcar, como mínimo, dos goles para poder puntuar. El problema viene de lejos y no es achacable a Lucas Alcaraz, pero con él en el banquillo no se ha conseguido poner el cerrojo. Ayer en Alcorcón fueron dos goles, los mismos del Elche, Granada y Mallorca. También hay que sumar el del Nástic. En definitiva, que el Zaragoza encaja siempre, tanto que en toda la temporada solo ha dejado la portería a cero en dos ocasiones: Reus y Oviedo.

No es solo el dato, que de pensarlo provoca escalofríos. Es la fragilidad, endeblez e inconsistencia que en cada partido muestra el equipo aragonés. Cambió el técnico de defensa de cuatro a otra de cinco. Tres centrales y dos carrileros para protegerse, evitar ser atacado, achicar espacios y formar un muro que sigue haciendo aguas. Con Álex Muñoz o sin él. Con Perone o sin Perone. Hasta ha probado Alcaraz con Nieto y Delmás, que no son centrales puros, aunque el de Monegrillo sí que tiene experiencia ahí de las categorías base y pretemporada. Es el mismo problema de siempre. Y el Alcorcón, líder con sus seis goles encajados.

El saco que no fue

El equipo madrileño metió dos. Y pudo ser mucho peor. El Zaragoza se marchó de Santo Domingo sin saber si Lizoain, su guardameta, era bueno o no. Sin embargo, el equipo aragonés se pudo llevar un saco.

Por recapitular, el colegiado perdona un penalti de Nieto a Sangalli. De justicia es reconocer que después ocurre lo mismo con Delmás en el otro lado. Antes del descanso, Juan Muñoz anota un tanto legal, ya que no existe fuera de juego. En la segunda parte, Perone salva bajo palos otro gol del Pepinazo en una picadita blanda del andaluz. Hay que sumar el inocente penalti que comete Dani Lasure y que resulta una losa casi insalvable a tenor de la solidez del Alcorcón. Además, aún tuvo otra el exzaragocista que estrelló en Cristian Álvarez ante la pasividad defensiva. La última, el gol de Jonathan Pereira con algo tan simple como un balón peinado.

Es una tónica habitual ya no de ayer, sino de todo el curso. Son 20 goles en 15 partidos y la sensación de que, a corto plazo, poca solución hay que se prolongue en el tiempo. Es un coladero y, salvo inspiración casi divina del ataque, el Zaragoza no va a ningún lado con semejantes problemas defensivos. Ya no es cuestión de los integrantes, de si hay cuatro o cinco. Es un mal de conjunto, de la presión de los delanteros, del posicionamiento de los centrocampistas, de las ayudas. El Alcorcón mordió y fue solidario. Mientras, otros están bordeando el descenso y erre que erre con la defensa. Como siempre.